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Causas de un naufragio

La noche de pánico de Doha coloca a España en una situación en la que creía que no iba estar. Los dos primeros partidos ante Costa Rica y Alemania elevaron las expectativas, venidas a abajo de lleno por una actuación caótica ante Japón en el segundo tiempo. Durante la primera parte solo había apostado por administrar el balón con miedo a perder el control. Aun así, encontró el gol en la cabeza de Morata, pero la producción ofensiva se redujo a eso y a la profundidad que ofrecía Gavi con sus rupturas. Nada más. En cualquier caso, era difícil pensar que Japón hiciera lo que hizo tras el descanso, aunque se estaba avisado porque ya logró algo idéntico contra Alemania en el estreno mundialista.

España se descolgó del partido. En dos brochazos Japón le dio la vuelta para poner en claro que la Selección padece un problema defensivo. Ante Costa Rica no se vio porque los ticos ni atacaron, contra Alemania se empezó a intuir pese a que se rebajara la crítica por la entidad del rival y frente a los nipones se confirmó de lleno. Remite. además, a cuestiones individuales y también colectivas. Faltan defensas de vocación, a Unai se le valora más por lo que intenta hacer con los pies que lo que hace con las manos y se produce cierto distanciamiento entre las líneas. La animosidad de Japón despertó todas esas contradicciones al mismo tiempo.

Fue un volantazo en toda regla que reclamaba a España una reacción que nunca llegó. Porque ante Japón las carencias se dispararon a otros registros del juego. Se vio un equipo plano, con poca presencia en el área rival (23 intervenciones y solo cinco remates a portería) y sin desborde ni profundidad. La España de Luis Enrique es una si apuesta por ser más vertical y juega con la convicción ofensiva necesaria, pero si esteriliza su posesión no hay por donde cogerla. Perder ante Japón, sin consecuencias clasificatorias gracias a la eliminada Alemania, es más que un aviso. España tiene que volver al diván y reencontrarse con sí misma.

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