La marinera ciudad de Francia que renació de sus cenizas entre los impresionantes paisajes de Bretaña

Bretaña es una de las regiones con más personalidad de Francia. Sus firmes raíces celtas, una gastronomía con fuerte presencia de productos locales y recetas con historia, así como ese carácter tan cargado de tópicos de los que incluso los propios bretones bromean, hacen que esta sea una zona muy especial. En su extremo noroeste su costa es golpeada por las tempestades del Atlántico y, hace no mucho, por duras batallas en la Segunda Guerra Mundial. Aquel trágico hecho histórico dejó una gran huella en Bretaña y, sobre todo, en Brest, que quedó destruida casi por completo.
Hoy Brest es una ciudad moderna que logró renacer de sus cenizas sin olvidar su pasado, sus tradiciones y todo aquello que la hacía diferente. Por eso lo poco que salvó se cuida y protege hoy como el gran tesoro que es. Uno de los mayores ejemplos es la calle Saint-Malo o el castillo que domina la ciudad.
Un pintoresco recuerdo
La calle Saint-Malo es mucho más que una de las zonas más concurridas de la ciudad, es la última huella del Brest anterior a 1944. Se encuentra en el antiguo barrio de Recouvrance y es de las pocas que mantiene casas y piedras centenarias. Pasear por aquí es casi como perderse en una ciudad diferente o viajar en el tiempo ya que se conservan adoquines, muros de piedra y fachadas, una postal que poco tiene que ver con el resto de Brest. Eso sí, que nadie espere encontrar las típicas casas de entramado de madera tan fotografiadas en la vecina Quimper o la más conocida Rennes; aquí la historia tiene su peso en robustas casas de piedra, ya que Brest siempre fue un puerto defensivo.
El puerto y su tradición naval
Si Brest se entiende hoy como una ciudad viva y en transformación, gran parte de la culpa la tiene su puerto, cuya historia está unida de forma inseparable a la Armada francesa y a los astilleros militares. Desde el siglo XVII, cuando el cardenal Richelieu impulsó aquí la creación de un gran arsenal, Brest ha sido uno de los principales bastiones navales de Francia. Hoy, pasear por la zona portuaria revela un paisaje ecléctico: enormes diques, barcos de pesca que descargan el fruto del mar a primera hora y modernos buques militares atracados en los muelles.
La historia de Brest está unida de forma inseparable a la Armada francesa y a los astilleros militares
Pero lo más interesante es ver cómo Brest está recuperando y restaurando embarcaciones emblemáticas para convertirlas en museos flotantes o en piezas de exhibición, reflejando ese orgullo marítimo que late en la ciudad. Muchos de estos proyectos se han concentrado en el Musée de la Marine, situado dentro del castillo que domina el puerto y que exhibe mapas antiguos, maquetas navales y recuerdos de una época en la que la supremacía de los mares determinaba el poder de un reino.
Un testigo en lo alto
Testigo silencioso de los grandes episodios de la historia de la ciudad, el castillo de Brest es uno de los pocos monumentos que sobrevivió a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Encaramado junto al puerto, ha sido a la vez fortaleza defensiva, prisión y, hoy en día, la sede de un Museo Nacional de la Marina que rinde homenaje a la potente tradición naval de Brest.
Sus murallas, algunas con más de mil años de historia, recuerdan el importante papel estratégico que ha tenido este enclave a lo largo de los siglos. Dentro, el museo ofrece una colección que combina maquetas de barcos históricos, objetos de navegación y documentos que ilustran la evolución de la Armada francesa. Desde el adarve se contemplan panorámicas privilegiadas del puerto y de la ciudad, un contraste entre la solidez del castillo medieval y la modernidad de un Brest que renació tras la devastación de la guerra.
Visitar el castillo es asomarse a la esencia más marinera de Brest: un lugar que, pese a todo, se mantuvo en pie y hoy se mantiene firme como un símbolo de resistencia y amor al mar.