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El toque de difuntos, un sonido en peligro de extinción

¿Cuándo fue la última vez que escuchaste en un pueblo el toque de difuntos? Seguramente ni sepas que existe.

Este verano he asistido a uno de esos funerales donde se sigue tocando el clamor de difuntos por el fallecimiento de sus últimos vecinos. Ha sido en la pequeña localidad de San Pedro de la Hoz (Burgos), con apenas siete personas censadas.

Te lo cuento en este vídeo que he publicado en mi canal de YouTube. Ese campanario donde se refugian los murciélagos y los recuerdos, ese anciano subiendo trabajosamente las escaleras, ese sonido impresionante que estamos perdiendo.

¿Por quién tocan las campanas?

Durante siglos, el fallecimiento de un vecino se anunciaba por todo lo alto, nunca mejor dicho: tocando las campanas de la iglesia. No era un toque cualquiera.

El toque de difuntos, también conocido como «a muerto» o clamor, se tocaba antiguamente tanto para anunciar el fallecimiento de alguien como para acompañar al féretro desde que salía de la iglesia hasta que llegaba al cementerio.

En la época en la que no existían otros medios de comunicación, no había otra manera de enterarse de lo que pasaba en el pueblo, si alguien se casaba o había fallecido. En este último caso, el tañido de las campanas al unísono era diferente según el muerto fuera un hombre, una mujer o un niño.

Son sonidos lúgubres, imponentes, salvo en el caso la defunción de un menor, en que sonaba un arrebato alegre pues se creía que sus almas inocentes iban directamente al cielo.

Una ley para proteger los sonidos del campo

Francia es uno de los pocos países del mundo que desde 2021 cuenta con una ley que protege el patrimonio sensorial de los campos galos, desde el sonido de las campanas al cacareo de gallos y gallinas.

Los franceses defienden que ciertos sonidos, e incluso olores, forman parte del entorno tradicional de un territorio y son indispensables para su equilibrio como sociedad.

El responsable de esta novedosa norma fue un gallo llamado Maurice que vivía en la isla de Oléron, en el golfo de Vizcaya. Su propietaria, Madame Corinne, fue denunciada en 2017 por unos vecinos que tenían cerca su casa de veraneo. Aseguraban los urbanitas que el gallo les despertaba con su canto al amanecer, algo que todo el mundo sabe que es su principal obligación en el gallinero. Le acusaron al pobre de perturbar su paz soñada.

Tras una larga y sonada batalla legal que acabó convirtiéndose en un símbolo francés del orgullo rural, todos esos sonidos del campo están ahora protegidos por ley. Desgraciadamente, en España se están extinguiendo, languideciendo al mismo ritmo lento de la despoblación.

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