Ona, una vida entre medallas
Si alcanzar unos Juegos Olímpicos supone ascender un Everest, Ona Carbonell ha escalado todos los ochomiles, incluso debe sumar algún que otro viaje a La Luna. La barcelonesa, de 32 años, se retira después de una travesía de dos décadas en las que ha conseguido brillar con luz propia, crear un estilo genuino que ha despertado admiración en Rusia (la dominadora de la sincro), ser la primera nadadora en ganar siete medallas en un solo Mundial y colocarse como la mujer con más podios en esas competiciones (23) solo por detrás de Michael Phelps (33) y de Ryan Lochte (27). Katie Ledecky tiene 22 y la superará este julio en Fukuoka. Ona dice adiós entre leyendas.
La vida deportiva de Ona no se entiende sin el cobijo de su familia (“nosotros sólo le hemos ayudado a ponerle tiritas físicas y psicológicas”, resume su padre) y sin su capacidad para aprovechar las oportunidades y desenvolverse igual de eficaz y artística en una piscina que ante un micrófono, una pasarela o en un programa de cocina en prime time. Porque esa jovencísima nadadora que posaba junto a Gemma Mengual y el resto del equipo en la época dorada de Anna Tarrés se convirtió en la imagen que mantuvo a flote con sus medallas un deporte que se había caído del podio. Ona lo era todo hasta que dio un paso a un lado. Era una metonimia de la sincro.
Con el foco mediático de Mengual, la capacidad de innovar de Anna Tarrés y la determinación de Andrea Fuentes, Carbonell se convirtió en la figura que aunó lo mejor de las tres personalidades que han marcado la historia exitosa de la sincro española. Se hablaba de Ona por encima de su deporte; su figura trascendió. Con su adiós se pone fin a la última superviviente de la ‘Gran Sincro’ y se da paso a una nueva generación que es fruto de las primeras medallistas, de las cuales Ona quedaba como la última testigo.
La gimnasia, la sincro y el varapalo de Pekín 2008
La infancia de Ona no se entiende sin el agua del Mediterráneo. Criada en una familia de médicos (su padre, Jordi, es reumatólogo y su madre, Montse, es traumatóloga), la barcelonesa recuerda sus veranos en Menorca donde navegaba en barca con su familia y regresaba a la orilla nadando. Nunca le faltó de nada a una niña que se sentía “como un bicho raro” por su parte artística, una anomalía en un entorno científico (“¿Yo, médico? Qué va. Desde el inicio vi que lo mío era el diseño y el arte. A mis padres les gustaba el arte y la cultura y desarrollé esa vertiente”, dijo a este diario en 2021), que se acentuó especialmente cuando entró en el CAR de Sant Cugat, su sueño (“mis padres me decían que levitaba”), y quiso crecer demasiado rápido. “Hacía cosas de mayores, bebía café, quería madurar; y solo tenía 14 años”, rememora. “No quiso que fuéramos al primer Mundial, no quería que la vieran como a una niña que dependía de sus padres”, añade su madre, Montse.
Antes de descubrir la sincro, Ona practicó gimnasia (como su madre), deporte en el que ya demostraba su flexibilidad y sentido artístico, también su memoria para aprender movimientos y hacer figuras (“mis padres recuerdan que a veces me dormía en la posición de ‘espagat”). Cuando conoció la sincro entendió que esa era la actividad que aunaba sus dos pasiones: la gimnasia y el agua. Se lanzó de cabeza y se apuntó al CN Kallipolis, club pionero y semillero de los talentos que acaban en la Selección. Poco tardó Anna Tarrés en percatarse de que Ona era especial. A partir de ahí, todo sucedió a máxima velocidad.
En 2005, Ona fue una más de un equipo que ya asomaba por los podios internacionales, a la sombra de Rusia, con un icono como Gemma Mengual y una atracción mediática refrescante. “Esta chica va a ser la nueva Mengual”, aventuraban sobre la niña Ona. Pero no todo fue de color de rosa para la barcelonesa. Después de ganar una plata y un bronce en el Mundial de Melbourne en 2007 y de arrasar un año antes en la categoría júnior, Anna Tarrés dejó a Ona fuera del equipo para los Juegos de Pekín 2008. El capítulo más triste en la vida deportiva de la nadadora ya retirada.
“Cuando me enteré de que no iba convocada, viví una gran decepción. Estaba muy triste y lloraba cuando veía las competiciones. Me frustré», comentó Ona en una entrevista a AS antes de los Juegos de Tokio. La nadadora salió adelante por su familia y por sus amigos: «La familia y el entorno lo es todo. Los que te rodean te ayudan a crecer. No habría conseguido nada sin mi familia. Me ayudaron en los momentos más duros y celebraron los más bonitos. Cuando quieres ser la mejor del mundo se tienen que reunir muchas cosas para que esto suceda, y el entorno es clave. Mis padres me ayudaron en Pekín. Sin ellos no habría seguido con la sincro».
Los tres escalones: del dúo, al solo y a ser un icono
Superada la desilusión de Pekín, tras sortear las dudas sobre la continuidad en la sincro, Ona remprendió su carrera a lo grande. En el Mundial de Roma de 2009, donde Gemma Mengual lloró al quedarse sin el título en la rutina de solo libre por apenas una décima, el equipo español consiguió el primer oro en una cita internacional en la rutina de combo. Ona formó parte de aquel grupo en un año de cambios. La retirada de Mengual, que dejó la Selección para ser madre como hizo Ona diez años después, le abría las puertas del dúo tras los éxitos de Roma.
“Será difícil convivir sin ella, pero también se nos presentan otros retos. Cada uno debe buscar un nuevo rol dentro del equipo, y eso motiva”, dijo Ona para AS en 2010, a las puertas de un Europeo y del Mundial de Shanghai, de 2011. Ambiciosa, otra de las claves de su personalidad y de su carrera, la barcelonesa, que empezó a estudiar Diseño, aprovechó la oportunidad y se consolidó en el dúo junto a Andrea Fuentes con una plata emocionante en el Centro Acuático de Londres, en los Juegos de 2012, interpretando el Tango ‘La Cumparsita’, sin duda uno de los momentos más emotivos de su carrera.
“En esos Juegos estaba ilusionada porque era mi debut, pero también presionada por conseguir la medalla. Fue el momento más excepcional. Esa final con Andrea Fuentes en la que no vemos bien la nota de los jueces y nos enteramos de que somos plata por una décima… Me pongo a llorar cada vez que lo veo repetido…”, explicó desde su casa de El Masnou años después. Todo le fue rápido a Ona, que después de Londres viajó a Nepal a vivir una experiencia humana y conocer una nueva forma de vida, justo cuando un terremoto irrumpió en el equipo nacional.
Fernando Carpena, presidente de la RFEN, había decidido despedir a Anna Tarrés para “dar un salto hasta el oro”. Se inició una guerra sucia que empezó en contra de la seleccionadora y de sus discutibles métodos denunciados por algunas ex nadadoras. Una guerra que se prolongó pese a los cambios que se produjeron: Esther Jaumà fue seleccionadora, Andrea Fuentes se retiró en enero de 2013 y Ona Carbonell permaneció como la gran apuesta de futuro. En el Mundial de Barcelona de ese año la barcelonesa consiguió su primer récord. Acabó exhausta y perdió hasta siete kilos en la competición, en una semana alocada en la que ganó siete medallas y emocionó con una interpretación en el solo de la canción Barcelona de Freddie Mercury y Montserrat Caballé para los Juegos de 1992. La sincro empezó a caerse de los podios, a pagar los cambios de reglamento y el relevo generacional, pero Ona se elevó hasta la categoría de icono internacional.
El dúo con Mengual y el récord de medallas
La caída de los podios del equipo español de natación sincronizada fue un proceso duro, un cierto cainista, con cruces de declaraciones entre la ex seleccionadora y nadadoras como Gemma Mengual y la propia Ona Carbonell. Mientras Ona se convertía en la segunda solista del mundo en el Mundial de Kazán, de 2015, la suerte le iba a ser esquiva al equipo en el Preolímpico de Río 2016, cuando la nadadora tuvo un percance y no pudo participar en la rutina grupal y Anna Tarrés la acusó de «mirar solo por ella». España se quedó sin ir a Río en equipo, solamente acudirían Carbonell y Mengual en un dúo histórico, de dos generaciones, que ambas disfrutaron como el primero y que las aupó a la quinta posición olímpica.
Tras Río llegó el Mundial de Budapest, donde Ona siguió manteniendo su estatus como solista con rutinas innovadoras y con un récord de medallas que cada vez estaba más cerca. La personalidad de la nadadora, representada por la agencia Youfirst, le sirvió para abrirse otros caminos: ganó Masterchef en 2018, creó una línea de bañadores y potenció su campus de tecnificación de sincronizada (donde acuden nadadoras de distintos países), al margen de emprender otros proyectos empresariales que demostraron la versatilidad de la barcelonesa, que en el Mundial de 2019 viviría un momento muy especial.
En el Gimnasio Yeomju de Gwangju (Corea del Sur), Ona Carbonell se colgaba tres medallas más y alcanzaba las 23 en los Mundiales. Ningún otra mujer había llegado a esa cifra. Ya en aquel momento, con el Team Ona en las gradas, se intuía que ese iba a ser su último gran momento deportivo, con la sombra cada vez más presente de la retirada acompañándola. Y así iba a suceder hasta que la pandemia le dio una última oportunidad, los Juegos de Tokio aplazados un año, a los que llegó como madre de Kai (nació en agosto de 2020) y después de compaginar durante nueve meses los entrenamientos con la lactancia del menor. Ona llegó a Tokio y fue séptima en la rutina de equipo. Un punto final en unos Juegos en Asia, para quitarse la espina de Pekín 13 años antes.
El legado y el futuro en los despachos
La retirada de Ona ha sido paulatina. Desde 2015 se ha centrado en las pruebas individuales y ha renunciado a acudir a los Europeos, dejando espacio a las nuevas generaciones y apostando por su progresión en la prueba de solo, la que siempre le encantó. En años como 2018 o 2020, cuando estaba embarazada, no compitió internacionalmente y regresó justo para Tokio, donde cerró su capítulo aunque no quiso despegarse aún del equipo. En 2022 dio a luz a su segundo hijo, Teo.
«La natación sincronizada necesita estrellas como Ona». La frase es de Svetlana Romashina, la solista rusa ya retirada ganadora de 22 oros mundiales y de siete olímpicos, quien nunca ha perdido. Mientras la moscovita se llevaba los oros, el gancho de la sincro mundial era para una Ona con más atracción para la Federación Internacional de Natación (FINA), más abierta a dejar un legado con coreografías como el discurso de Nelson Mandela que sonó de fondo en su solo libre en el Mundial de Gwangju, en la primera interpretación sin música de la historia de la competición.
Un canto a la paz de una Ona que siempre quiso trascender, como cuando movió cielo y tierra para poder acudir a los Juegos Olímpicos de Tokio con su hijo Kai de un año para seguir la lactancia y dar un mensaje al mundo olímpico de que las madres pueden participar en los Juegos y mantener sus rutinas con sus bebés. Todo ello le ha llevado a portar una bandera reivindicativa que le ha servido para coordinador el Departamento de Maternidad y Deporte en el Comité Olímpico Español (COE), donde este viernes anuncia que deja de ser deportista. Desde los despachos o desde donde ella quiera seguirá brillando, porque así ha sido la carrera de la dama de la sincro.