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Uliana Semenova, una gigante en el corazón del basket español

Si la llegada de una jugadora marcó una revolución en el baloncesto femenino español esa fue la de Uliana Semenova. La pívot letona (70 años en la actualidad) aterrizó en el Tintoretto de Getafe en diciembre de 1987. Una gigante (2,13) que por entonces ya tenía 35 años y que llegaba muy tocada por las lesiones, motivos que no le impidieron conducir a un equipo en puestos de descenso a la final de la Liga femenina. “Para mí fue un lujo poder jugar con ella”, recuerda Rocío Jiménez, alero con muy buen tiro, más de 100 veces internacional y que era la otra gran estrella del Tintoretto. “Teníamos un equipo justito y ella fue todo un bombazo. ¡Un empujón enorme! Empezamos a ganar, pero también a salir en la prensa, en la televisión… Estuvo poco tiempo, pero suficiente para hacernos ganar, conquistarnos como compañera y, sobre todo, como persona. Para mí fue un año maravilloso, corto pero muy intenso. Esa es la palabra: intenso”.

Con una movilidad reducida pero con un tiro muy efectivo, su estatura (solo Margo Dydek —2,18— le ha superado en centímetros en la historia del baloncesto español) y un palmarés como no ha habido otro (15 Ligas soviéticas, 11 Copas de Europa, dos oros olímpicos, tres mundiales y diez europeos) llenaron enseguida las gradas del Juan de la Cierva. “Antes de que viniera nos venían a ver los padres, los novios, algunos amigos y cuatro o cinco colegios de la zona. Cuando llegó Semenova, había siempre colas en la entrada. Nos tenían que hacer un pasillo para dejarnos entrar en todos los sitios a los que íbamos: en Barcelona, en Lugo, en San Sebastián... Éramos protagonistas: entrevistas, reportajes… Fue el primer empujón grande que vivió el baloncesto femenino”.

La llegada de la pívot fue una auténtica odisea. Aunque se la esperaba para septiembre, Semenova no aterrizó en Madrid hasta primeros de diciembre. Una lesión y una infección en un pie fueron los motivos que dieron desde el gobierno soviético para justificar el retraso de la jugadora. Antonio Jareño, presidente del club, incluso viajó a Moscú para agilizar el proceso. “Cuando nos dijeron que iba a venir Semenova yo no me lo creí. Pero Jareño era tan constante y atrevido, que lo consiguió. Tardó por temas burocráticos, pero cuando la vimos aparecer fue un auténtico subidón. Que le dejaran venir, yo creo, fue un premio a toda su trayectoria, porque ella estaba encantada. La pena fue que estuvo muy poco tiempo y que jugó lesionada”.

Semenova aterrizó en España. “El Tintoretto madrileño ya tiene a su deseada gigante”, escribía Mari Luz Algarra en el AS del 2 de diciembre de 1987. Fue la primera estrella soviética en jugar en el extranjero. “Ya la había visto antes, porque nos habíamos enfrentado en partidos internacionales, en los Campeonatos de Europa, en alguna Universiada… Era buenísima, el pilar de la selección soviética. Una jugadora que marcaba la diferencia. Cuando vino a España ya estaba casi al final de su carrera y aun así ¡lo que nos ayudó!”, cuenta Rocío Jiménez. Un ejemplo del impacto de Semenova en el Tintoretto. En su primer partido, el Getafe ganó al Canoe por 92-47 y Semenova anotó 22 puntos y capturó ¡31 rebotes!

Ula, una estrella en los años florecientes de la URSS, generó mucha curiosidad entre sus compañeras. “Nos dijo que conocía a los grandes jugadores soviéticos, que era amiga de ellos. Le preguntábamos por Sabonis y por otros, pero también por cómo era su vida allí, cuántos hermanos tenía, si eran todos igual de altos… Pero ella también nos preguntaba muchas cosas. Era muy abierta y también muy culta. Le interesaba todo lo que le rodeaba. Un día mi marido y yo la llevamos a La Granja y no paró de preguntar por los tapices, por los cuadros”.

Aunque Ula sólo hablaba ruso era fácil entenderse con ella. “Al principio tuvo un traductor que sabía un poquito de inglés. Después le pusieron una señorita que era rusa, pero que estaba casada con un español. Era la que hacía de traductora y nos reíamos muchísimo con ella porque no tenía ni idea de baloncesto. Hay miles de anécdotas…. Por ejemplo, el entrenador le decía que le recordara a Semenova que no podía estar tres segundos en la zona y ella respondía ‘¿y por qué no puede estar cuatro?’. Y todas le pedíamos que, por favor, se lo tradujese, que no había tiempo. Uliana aprendió algunas cositas de español. Al final ya nos entendíamos sin ayuda de la la intérprete”.

La antigua URSS se benefició de un fichaje por el que Semenova apenas vio dinero. El Getafe le pagaba al Goskomsport, un comité especial de deporte, 1,1 millones de pesetas al mes de los que la pívot percibía solo 53.000 pesetas. Llegó a reconocer que pasó hambre en su etapa en España. Aterrizó con los bolsillos vacíos y su primer sueldo no lo cobró hasta final de mes, así que Jareño le llevaba comida a casa. “Para mí fue una sorpresa desagradable porque de haberlo sabido, no lo hubiéramos permitido. Me dolió muchísimo. Sabíamos, por comentarios suyos, que mucha parte de lo que ganaba lo tenía que mandar a la URSS, pero nada más”, recuerda Rocío.

La llegada de Ula a España trajo también muchísimas anécdotas. El equipo madrileño puso en duda la estatura de la jugadora. Mito y Tintoretto tomaron a Fernando Romay (2,13) como modelo para confeccionar la ropa de Ula, como la llamaba sus compañeras, pero ésta le quedaba pequeña. Semenova vivía en un chalet de dos pisos muy cerca del pabellón y el club encargó una cama gigante para la época: 2,20 de largo por 1,35 de ancho y con seis apoyos para que resistiera el peso de la emblemática pívot (135 kilos.) “En España fue donde me sentí una estrella del baloncesto”, ha llegado a declarar la jugadora, que día sí y día también acaparó titulares y reportajes. Incluso de la revista Hola.

“Ula vino acompañada de un intérprete, entrenador… no sé qué era. Y no le dejaba mucha libertad. Pero entre las compañeras sí que la sacábamos por ahí de vez en cuando: a comer, de excursión, al fútbol… De todas formas, nos veíamos todos los días porque entrenábamos por la mañana y por la tarde. Cuando vino nos hizo una pequeña fiesta para que la conociéramos y viéramos su casa. Estaba muy orgullosa”.

La exjugadora sufre acromegalia, una anomalía del crecimiento que también han padecido otros jugadores como Roberto Dueñas y George Muresan. Con 13 años ya medía 1,93. Sus inicios en el mundo del baloncesto (no sabía las reglas y tampoco había cogido nunca un balón) fueron a toda velocidad. Con 13 años la internaron en un centro de Riga, con 15 ganó su primera Liga y con 16 debutó en la selección soviética. Sólo perdió un partido en toda su carrera con la inalcanzable URSS, el de su despedida: ante EE UU en los Goodwill Games de Moscú en 1986. En 1992, en unas declaraciones recogidas por AS durante su visita a España como vicepresidente del Comité Olímpico Letón, reconoció que el tropiezo en su despedida con su selección y en el tercer partido de la final femenina ante el Tortosa son dos espinitas que siempre llevará clavadas.

Los problemas físicos han marcado el día a día de esta jugadora licenciada en Educación Física y que, desde su retirada, trabaja para el Comité Olímpico de su país, primero como vicepresidenta (1988-92) y después al frente del fondo social olímpico de Letonia, que se encarga de recaudar y repartir fondos para exdeportistas. En 2007, por ejemplo, el equipo femenino de baloncesto de este país se desnudó en un calendario benéfico para ayudar a Semenova y a otras viejas glorias.

213 centímetros de talento que fueron protagonista de un Informe Robinson muy especial: “Colosal Semenova”. “He visto el programa un montón de veces y cuando la veo al final, que se le caen las lágrimas al vernos, lloro también. Es muy sentimental. Dejó un grandísimo recuerdo, porque era una persona buenísima y caló. Para nosotras fue alguien muy importante. Es la mejor jugadora con la que he compartido pista y también una de las mejores personas. En el poco tiempo que estuvo siempre quiso agradar, facilitar las cosas. Incluso nos pedía disculpas cuando fallaba canastas”. Rocío reconoce que Ula es una de esas personas “con ángel”. “Cuando el equipo de Informe Robinson la conoció en persona les cautivó. Eso me dijeron. Ella es así. Eso mismo nos pasó a todos cuando vino a España”.

De talante serio pero con una sonrisa dibujada en la cara, Rocío recuerda que era bastante presumida (“le encantaban los collares”) y que también le gastaban algunas bromas. “Le enseñábamos palabras ‘feas’ en español y la animábamos a que las dijera. Por ejemplo, nos preguntaba cómo se decía muchas gracias y le respondíamos otra cosa. Ula nos dejó mil anécdotas. Cuando íbamos a Canarias, no podíamos pasar muchas cosas. Era otra época. Y se lo dábamos todo a ella, porque en sus manos su bolsa parecía un bolsito y además en la aduana generaba tal expectación… que nos aprovechábamos”.

Una jugadora que estuvo poco más de cinco meses en España, pero que dejó una huella enorme, mayor que su 56 de pie que dejó sin vendas al Tintoretto durante una semana. Porque una cosa está clara. Semenova es la más grande en la historia del baloncesto femenino. Y no sólo por su altura…

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