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Rudy Fernández, una leyenda en el nombre del baloncesto

Quizá en algún momento dimos por hecho que Rudy, sencillamente, estaba ahí. Asumimos que no salía de las pistas de baloncesto porque dónde iba a estar si no. Contábamos sí o sí con el alero mallorquín como si, en su caso, el compromiso y la longevidad vinieran de serie. Pero la realidad nunca es tan sencilla, y esos valores acaban definiendo a quien los cultiva tanto o más que las canastas, las defensas ganadoras o las Copas al cielo de un millón de pabellones: Rudy Fernández (Palma de Mallorca, 1985) podría haberse apartado hace algún tiempo, como mínimo de algún charco. Pero sigue metiéndose en todos porque, y con 37 años no va a cambiar, así es como ha decidido vivir el baloncesto. Cuando finalmente ponga pie en tierra y vuelva la vista atrás, descubrirá que su legado es el de una leyenda del baloncesto mundial. Gigantesca, única, en el español, a cuya historia ya ha cosido cada uno de sus pasos. Que siguen haciendo camino.

Veo que puedo seguir aportando, y para esto estoy. Si no, no tendría ningún reparo en dar un paso atrás. Yo me veo capaz de seguir ayudando al equipo”, dijo con sencillez a AS este verano, antes de embarcarse en aquella misión que acabó siendo prodigiosa, la del improbable oro de Berlín con la Selección española.

Uno de los mejores, Rudy lleva buena parte de su carrera peleando con unos problemas de espalda que amenazaron con acortar su recorrido y le obligaron a modular su estilo de juego. Cuando superó un par de envites feos de su físico, decidió ser eterno: debutó en la ACB en 2002, hace veinte años. Y se estrenó con la Selección absoluta en los Juegos Olímpicos de 2004, casi por sorpresa. Jugó en la NBA (2008-11) y se convirtió después en una especie de estrella obrera. En uno de los mejores Real Madrid que hemos visto y en mil caras distintas de una era dorada de la Selección que no se acaba y en la que él se ha convertido, compromiso y longevidad, en el hilo dorado que cose épocas.

Número 24 del draft de 2007, un año antes de dar el salto a la NBA después de los Juegos de Pekín, ha sido una de esas extrañas joyas que entienden que hay distintas formas de aportar y, finalmente, liderar. Que saben estratificar su carrera sin quedar cegados por el flash de un inicio deslumbrante. Jonathan Givony, uno de los grandes expetos en scouting de talento joven de la prensa estadounidense, escribía esto de él meses antes de Pekín 2008, cuando acababa de ser campeón de Copa y MVP con el Joventut y estaba a punto de convertirse en el Máximo Anotador de la Liga 2007-08: “En la ACB saca un cuerpo a todos los demás y es, ahora, uno de los mejores jugadores de Europa. Se ha convertido en una pesadilla para las defensas rivales porque su tiro le permite anotar desde cualquier parte de la pista. No puedes concederle ni un centímetro porque te enterrará bajo una ráfaga de canastas en un abrir y cerrar de ojos. También puede hacer de creador para sus compañeros porque ve muy bien el juego y toma decisiones muy rápido”.

En aquella Copa 2008 el Joventut fue campeón después de atravesar un cuadro infernal: Valencia, Real Madrid y Baskonia. Rudy demostró que, efectivamente, era capaz de generar (nueve asistencias en la semifinal) y anotar (32 puntos en una actuación colosal en la final). Su carrera, que en aquel momento despegaba sin que se le adivinara techo, se ha acabado convirtiendo en una sucesión de postales que, todas juntas, forman el puzle de un viaje increíble: de volar por la pista con ese gran Joventut en el que coincidió con Ricky Rubio, nuevas armas jóvenes del baloncesto europeo, a elevarse por encima del mismísimo Dwight Howard en una de las mejores jugadas de uno de los mejores partidos de la historia del baloncesto FIBA, el EE UU-España de Pekín 2008. De un concurso de mates de la NBA y las trazas de estrella de póster a alargar su trayecto como jugador trascendente gracias a la dureza y la inteligencia, al liderazgo y la defensa, a los intangibles la IQ: el conocimiento del juego. Finalmente, un factor X inevitable en el gran Real Madrid de Laso y un referente y capitán en la Selección, donde ha transmitido una forma de competir entre dos eras: de la del favorito que no fallaba a la del tapado que gana a dentelladas.

La temporada pasada, difícil para él en lo personal por el fallecimiento de su padre, acabó con la conquista de dos ochomiles: la Liga ACB contra un Barça a cuyo dominio en los cara a cara dio el Real Madrid la vuelta como un calcetín cuando de verdad importaba; Y el oro en el Eurobasket 2022, un éxito tan improbable que era básicamente imposible, con una España de entreguerras y reconstrucción. Pero con Rudy al frente, la pieza maestra del puzle de Sergio Scariolo: “Es un gran jugador y una gran persona, un líder fantástico. Es un ejemplo, me cuesta aguantar las lágrimas con él”, dijo el italiano después del milagro de Berlín sobre un referente que, con la era de los Júnior de Oro cada vez más lejos, tiene a tiro París 2024 y ser, si el cuerpo aguanta, el primer jugador de baloncesto que disputa seis Juegos Olímpicos: “No voy a negar que sé que está ahí. Pero escucho a mi cuerpo, cómo voy sintiéndome. Solo me planteo ir día a día”, dijo a AS. A buen entendedor…

El currículum de Rudy Fernández es un tomo de la historia del baloncesto europeo. once medallas con la Selección absoluta con 16 años entre la primera (el Mundial de Saitama) y la última, por ahora, el Eurobasket que España no iba a ganar Berlín. Una Copa, una ULEB y una EuroChallenge con el Joventut. Y todo lo que uno quiera sumar con el Real Madrid: dos Euroligas, seis Ligas, cinco Copas, ocho Supercopas, una Intercontinental… y muchos reconocimientos individuales que cayeron por su propio peso, cuando el fogonazo deslumbrante de sus inicios se convirtió en una luz mucho más templada pero inagotable, una fuente constante de energía, y de baloncesto, que cambió ganar MVPs por ser fundamental para que otros los ganen. Que se metió en todas las fotos de algunos equipos que son ya historia de nuestro baloncesto. La suya, la que dibuja el camino de Rudy Fernández, todavía no ha acabado. Por suerte.

 

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