Precariedad en la cultura: «Esta profesión está llena de personas que pagan por trabajar»
Está anocheciendo y los ánimos se empiezan a caldear bajo el escenario de música electrónica del FIB de Benicàssim. Un salto y baja del escenario, otro salto para pasar por encima de la valla y saltar con el público, pero al apoyar la pierna la rodilla se tuerce. Al suelo y a terminar el festival de la peor manera posible: tumbada en el interior de una ambulancia.
«La música la he tenido que compaginar con millones de cosas, con llegar con un hilo de vida al concierto de turno, y de ahí vienen mis problemas físicos», declara Rocío Saiz, una música de 31 años que sufrió un esguince de rodilla mientras actuaba el pasado mes de julio en el FIB. Unos meses antes, un cable suelto en un escenario la hizo caer al suelo y terminó con otro esguince de tobillo. En ningún caso dejó de tocar.
«Me querían dar de baja pero les he pedido que por favor que no porque quería seguir con los conciertos de la gira aunque fuese en muletas», explica Saiz, antigua integrante del grupo Las Chillers y que actualmente está desarrollando su carrera en solitario. «No, no me puedo permitir cancelar una gira. A nivel económico sería horrible, pero a nivel emocional, después de haber sacado un disco y de llevar dos años sin tocar y sin ingresar ni un euro y llevar diez años en la música para que tu proyecto funcione, es que no me puedo permitir parar».
«Después dos años sin ingresar ni un euro y llevar diez en la música para que tu proyecto funcione, no me puedo permitir parar»
La vida de Saiz ha estado totalmente vinculada a la música desde su adolescencia, cuando su padre, médico de festivales, la llevaba con él de gira. Empezó a trabajar a los 16, poniendo rafia verde y la señalética de los festivales. Después estudió producción radio televisión y espectáculos y estuvo de prácticas en el Primavera Sound.
Desde entonces, ha compaginado su carrera musical con otros trabajos y, hoy en día, admite que, a pesar de tener muchísimas fechas, «me dedico a la música, pero malvivo». La precariedad tiene también su reflejo en su obra: «Ahora estoy intentando hacer lo más mainstream que puedo, porque no quiero seguir siendo pobre, tengo 31 años y no puedo ni pagarme un alquiler y eso que las cosas van bien».
Un sector en permanente crisis
El sector de la cultura, un amplio cajón de sastre que reúne a trabajadores de artes plásticas, cinematografía o de museos y bibliotecas emplea a 668.000 personas en España, según el Anuario de estadísticas culturales 2021, el último publicado.
El empleo cultural se caracteriza por una formación académica superior a la media, con un 71,9% de trabajadores con estudios superiores, según datos del mencionado informe, pero también por un alto grado de desempleo y unos ingresos que en su mayor parte apenas rondan el salario mínimo.
Pero la característica más compartida por el conjunto del sector es la precariedad, objetiva o autopercibida. El Informe Sobre el Estado de la Cultura en España 2022 de la Fundación Alternativas, publicado en junio, concluyó que la sensación general entre los trabajadores culturales es de «pesimismo o desánimo de un sector en permanente crisis». Una situación que la pandemia no ha hecho sino agravar.
«La sensación de precariedad es generalizada, sobre todo entre la gente que está en la cadena de valor de la cultura pura y dura, desde la gestión cultural hasta la creación», declara uno de los autores del citado informe, Álvaro Fierro, fundador de la consultora Cultumetría y profesor de Economía de la Universidad del País Vasco. «La sensación es que la crisis de 2008 y la ocasionada por la pandemia no deja de ser una más de las que vienen sucediendo de manera más o menos invisible durante toda la vida», añade Fierro.
Detrás de esta percepción de precariedad, situaciones crónicas de inestabilidad, bajos ingresos y una amplia cultura del pago en B que hace que cotizar en este sector sea una odisea y aspirar a recibir subsidios por desempleo o una pensión en el futuro, una quimera.
La necesidad de una red de apoyo
«Me ha tocado hacer de todo, claro desde camarera hasta cuidadora absolutamente de todo», declara Aldara Molero, una actriz y directora de teatro de 37 años, que se ha lanzado a una aventura que muchos trabajadores culturales ven como un imposible ante la precariedad predominante: es madre de un niño de cuatro años junto a su marido, otro trabajador del sector.
«Una vez terminé de formarme, empecé a trabajar dando clases y eso ha sido mi sustento económico y me ha permitido un poco seguir en la profesión», asegura Molero, que hace 10 años fundó la compañía Producciones Bernardas, con la que ha montado cinco obras de teatro.
Haber llegado hasta aquí, admite, habría sido imposible sin «el sustento familiar y de amigos que están en la misma situación» que la han apoyado en momentos en los que, de otra forma, habría tenido que abandonar. «Yo creo que si no tienes una red que, llegado un momento, si no te pagan una factura, te puede adelantar el dinero para el alquiler, esto se hace insostenible», declara Molero.
«Si no tienes una red que, llegado un momento, si no te pagan una factura, te puede adelantar el dinero para el alquiler, esto se hace insostenible»
Tener una red de apoyo se ha convertido en una necesidad, especialmente a la hora de dar los primeros pasos en el sector, lo que supone un filtro que excluye a miles de personas de poder desarrollar una carrera en el mundo de la cultura si no cuentan con esos recursos económicos.
«Una cosa es pagar por trabajar en un inicio hacer una inversión en tu carrera y otra es que estas condiciones se mantengan a lo largo hay gente que lleva 15 años en esta carrera es como que tenemos asociado la precariedad a los inicios y en esta profesión la precariedad está asociada a la propia profesión», se lamenta esta actriz y directora teatral. «Esta profesión está llena de personas que pagan por trabajar y eso no puede ser».
El estatuto del artista
El clima de precariedad reinante en el sector de la cultura no ha permanecido inadvertido para la política. El Congreso aprobó por unanimidad en enero de 2019 la tramitación de un estatuto del artista que creara un marco regulatorio que permitiera mejorar las condiciones laborales de los trabajadores del sector.
El proceso ha sido lento, y, de hecho, aún queda un largo camino por recorrer. El Gobierno instituyó una comisión interministerial en julio de 2021 y, hasta la fecha, solo se han ido conociendo algunos detalles sobre la futura norma.
El pasado mes de diciembre, la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, anunció que el estatuto buscará «evitar una proliferación» de falsos autónomos en el sector, al tiempo que espera «reformular» el actual régimen de contratación para «hacer compatible» la flexibilidad con la «eliminación del abuso de temporalidad».
«La realidad es que el estatuto de artista, es una entelequia, muy bonito a nivel político, pero realmente no es real porque no es solo del artista, es del artista, del intérprete y del trabajador de la cultura y las situaciones son totalmente diferentes», opina Isidro López-Aparicio, artista, comisario y profesor en la Universidad de Granada y representante de la Unión de Artistas Contemporáneos de España en la Mesa sectorial del arte contemporáneo.
«El estatuto en sí al final es solamente una medida, pero no sé si es solo algo que suena muy bien en prensa, que suena muy bien para el mundo político, pero que si verdaderamente se quisiera hacer efectivo se tendría que ir sector por sector», añade López-Aparicio.
¿Cuáles son las consecuencias de esa precariedad para la creación cultural en España? Para el profesor López-Aparicio, la situación laboral del sector dejará en el limbo creaciones artísticas que jamás saldrán a la luz: «Hay miles de iniciativas artísticas extraordinarias que, por ese grado de marginalidad, la sociedad no va a poder disfrutar ni va a poder pasar a la historia. Al final, la realidad es que hay una selección económica para poder continuar con la con la creación y la sociedad sale perjudicada en eso».
Seguir, contra viento y marea
A pesar de ser un sector laboral con unas condiciones tan aparentemente poco atractivas, la cultura sigue siendo una vocación para miles de personas y un mundo del que muchos se resisten a marcharse cuando han conseguido abrirse un camino.
Carlos Iglesias, de 34 años, empezó a crear esculturas hace una década, cuando terminó la carrera y un profesor le acogió en su estudio. Pronto le salieron un par de encargos por su cuenta y también alguna exposición. Becas y encargos intermitentes, oportunidades de las que iba saltando una a otra con periodos de inactividad que compaginaba con trabajos fuera del sector: en hostelería o como profesor de extraescolares.
«Cuando estoy metido en el estudio es cuando siento realmente que no estoy perdiendo el tiempo»
«Ahora no me dedico exclusivamente a mi actividad artística sobre lo que viene siendo a la creación de obras, pero si me dedico exclusivamente al mundo del arte», declara este escultor madrileño, que en 2017 fundó junto a su pareja NavelArt, un espacio con estudios de artes plásticas y una sala de ensayo de teatro, cuya gestión es, admite, su principal ocupación hoy en día.
– ¿Por qué has aguantado tanto en un sector tan precario?
– «Frente a otras personas que dicen ‘no sé hacer otra cosa’, yo, al final, llevo mucho tiempo haciendo muchas cosas y sé hacerlas, pero yo, lo que quiero, es invertir mi tiempo en lo que me gusta y lo que me hace feliz. Cuando estoy metido en el estudio es cuando siento realmente que no estoy perdiendo el tiempo».
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