Deportes

Pedro Ferrándiz, el genio que lo cambió todo

1.- El técnico que forjó al Real Madrid LEER

2.- La autocanasta que cambió las reglas LEER

3.- Cinco anécdotas para entender a Ferrándiz LEER

4.- Su huella en el deporte LEER

5.- Un legado más allás de las pistas LEER

6.- «Era muy estricto, a veces les trataba como escolares pequeños» LEER

El técnico que forjó al Real Madrid

Pedro Ferrándiz, el hijo predilecto de Alicante, forjó un imperio eterno en el banquillo del Real Madrid: 27 de los títulos blancos tienen su sello. Cuatro de las cinco primeras Copas de Europa que reinan en las vitrinas del club llegaron de un genio que cambió radicalmente la forma de jugar a este deporte en España. Además de ser miembro del Hall of Fame de Springfield, Estados Unidos. «Era una figura sensacional. Una persona encantadora, pero muy rigurosa como entrenador», aseguraba Carmelo Cabrera, base de aquel equipo legendario, en un reportaje de AS por los 90 años de Ferrándiz. El canario recordó su especial primer contacto con Ferrándiz: «Tenía 16 o 17 años cuando me llamó para decirme que quería ficharme. ‘No estoy para perder el tiempo’, contesté al creer que todo era una broma de un amigo. ‘¡Cómo que no! Llámame a cobro revertido’. Lo hice y era él». «No nos permitía tomar vino en las comidas, pero al final pude convencerlo porque era una persona muy razonable. Nos permitía una botella por cada cuatro jugadores», decía Emiliano.

Entrenador blanco durante trece temporadas en un periodo de 16 años (también de la Selección entre 1964 y 1965), fue un pionero que atravesó la fronteras de la Península en busca de los mejores diamantes para el Madrid. «Irme a buscar a Minnesota en 1967 tiene su mérito», contaba Wayne Brabender. «Era muy estricto. No admitía errores de sus jugadores, pero lo hacía por el bien de todos». «Yo estuve con él desde infantiles cuando me fichó del colegio Chamberí por ocho balones», decía Carlos Sevillano, que recordaba como en un partido contra Estudio se mantuvo fijo con el balón bajo el brazo durante 15 minutos por orden del técnico: «Defendían en zona y nos dijo que aguantáramos la pelota para obligarles a defender al hombre (no había posesión de 24 segundos)». El partido se suspendió y se disputó días después. El Madrid ganó y el alicantino se salió con la suya: el rival abandonó la zona.

El niño bonito de Saporta pasó de organizar un torneo para niños y de dirigir al infantil y el juvenil al primer equipo del Real Madrid. Pero Ferrándiz, que se retiró a los 46 años porque los títulos le salían por las orejas, es mucho más. La huella sobre sus jugadores es eterna. «Era un autodidacta, uno de los pioneros de este deporte. Con 16 años me invitaron una semana a entrenar con el primer equipo y yo intentaba evitar correr riesgos para no cometer errores. Cuando me iba para casa el viernes, me dijo: ‘Chaval, yo te he invitado para que juegues como sabes y como te he visto. Si juegas así no me haces falta, porque ya tengo al resto’. Esas palabras sembraron en mí lo que a partir de entonces fue una filosofía, hay que arriesgarse y nunca jugar con miedo», rememoraba Juan Antonio Corbalán, base como Vicente Ramos, que llegó al Madrid desde el Estu bajó el ala de Pizarrín, como bautizaron al alicantino en el Ramiro: «En una ocasión fui hacia un balón en plancha y acabé deslizándome hacia el banquillo justo donde estaba él. Levantó los pies y me di. ‘Vicente, te vas a matar’, me dijo. ‘Jodío, podías haberme parado’, contesté». Recuerdos sobre un gigante del baloncesto español.

La autocanasta que cambió las reglas

Pedro Ferrándiz no fue simplemente el mejor entrenador de la historia del Real Madrid y una leyenda del baloncesto español, sino también un auténtico revolucionario. Estuvo tres años sin perder en Liga y acumuló cuatro Copas de Europa, 12 Ligas y 11 Copas en las 13 temporadas que dirigió al conjunto blanco. Además, también cambió las reglas de este deporte para siempre.

Fue el 18 de enero de 1962 en Italia. Al legendario entrenador del Real Madrid se le ocurrió una genialidad para evitar una prórroga que hubiera terminado en desastre para la equipo blanco: la autocanasta. Los blancos jugaban en Varese el partido de ida de los octavos de final de la Copa de Europa. Al descanso, ganaban por 36-44, pero la cosa se puso fea. El estadounidense Wayne Hightower estaba lesionado y a falta de dos segundos, los transalpinos empataron el partido y eliminaron por faltas a Morrison (Sevillano también lo estaba).

La prórroga no convenía y la jugada estaba ensayada. Lluís se la paso a Alocén que la metió limpia. Fingió celebrarlo ante una afición italiana que se burlaba: “¡Lorenzini, Lorezini!”, gritaba. Hasta que Toth, jugador del Varese, se dio cuenta de la trampa y el público comprendió el engaño. El partido de vuelta lo ganó el Madrid (83-62), que acabaría perdiendo la final ante el Dinamo de Tiflis. Aquella canasta cambió la historia. La FIBA reaccionó para evitar más autocanastas: una multa y dos años de sanción para el que imitara a Alocén.

Cinco anécdotas para entender a Ferrándiz

Número 1 de su promoción… por correo

Ferrándiz se sacó el título de entrenador cuando vivía todavía en Alicante y lo hizo por correspondencia. En el examen final tuvo que resolver varios casos prácticos y lo hizo bien… acabó primero de su promoción. Su irrupción en el mundo del baloncesto fue por casualidad. Vio un partido de baloncesto y decidió probar. Según reconocía, no se le daba mal. Jugaba de alero titular y corría mucho. No tenían entrenador, algo que le vino bien. «A mí nunca me ha gustado obedecer, prefiero mandar».

El fichaje de Hightower

Ferrándiz le echó un poco de morro al fichaje de Wayne Hightower. Se marchó a Filadelfia y se coló en el All Star, donde iban a homenajear a Bob Cousy, con la excusa de que llevaba la insignia de oro y brillantes del Real Madrid para entregársela al base. Allí habló con Hightower y lo fichó para el Real Madrid, algo que le sentó muy mal a Abe Saperstein, dueño de los Globetrotters, y que llegó a amenazarle con usar sus contactos para que no dejaran entrar nunca más en Estados Unidos a Pedro Ferrándiz.

El techo de España, fuera de la Selección por llegar tarde

Ferrándiz dirigió a la Selección en el Eurobasket de Tiflis, actualmente Georgia, en 1965. España acabó 12ª y no contó con Alfonso Martínez, el jugador más alto del equipo y una de sus estrellas, porque llegó tarde, y sin justificación alguna, a la concentración de Navacerrada. Ferrándiz cuenta que cuando llegó le dijo que no dejase marcharse el taxi, porque si no le iba a tocar volverse a Madrid a pie. Después de aquello Ferrándiz se llevó una soberana pitada en un amistoso en Cataluña, porque Alfonso Martínez jugaba en el Joventut.

El primer viaje a Moscú

En plena Guerra Fría, el Real Madrid tenía que enfrentarse al CSKA en Moscú, pero los viajes a la antigua URSS estaban prohibidos. Ferrándiz, ayudado por Saporta, se reunió primero con Castiella, ministro de Asuntos Exteriores, y después con Franco para que le permitieran viajar a la capital soviética. Ferrándiz tuvo que mentir y asegurar que les iban a dar una paliza para que les permitiesen jugar el partido, aunque el técnico no estaba muy convencido porque a los rusos no había «quien les tosiera». Al final, por cierto, el Madrid ganó.

La renovación de Joe Arlauckas

Arlauckas acababa contrato y ya había firmado un precontrato con el Kinder para la próxima temporada, aunque su deseo era seguir en el Real Madri. Ferrándiz se lo llevó a comer y le pidió que escribiera en una servilleta la cantidad por la que renovaría que él iba a hacer lo mismo. «A partir de ahí vemos lo que pasa, si negociamos o nos despedimos como amigos», le comentó. Arlauckas escribió 700.000. En la de Ferrándiz ponía OK.

Su huella en el deporte

Pedro Ferrándiz abandonó los banquillos en 1975 porque le salían “los títulos por las orejas”. El entrenador más laureado en la historia del baloncesto español ganó cuatro Copas de Europa, 12 Ligas y 11 Copas con el Real Madrid, pero su huella en el mundo de este deporte es mayor al del número de sus títulos. Por ejemplo, en su Alicante natal era toda una eminencia. El Centro de Tecnificación, donde juega el Lucentum, pasó a llamarse Pabellón Pedro Ferrándiz en 2014. Pero hay más. En la localidad levantina tiene una calle con su nombre y su propia Cátedra del Deporte en la Universidad.

Don Pedro, Excelentísimo Señor como acredita la Gran Cruz de la Orden del Mérito Deportivo que recibió en 2002, dirigió al Real Madrid en 490 partidos (en tres etapas diferentes) y ganó el 84,5% de estos encuentros. En España marcó una época: estuvo tres años y tres meses sin perder, entre 1971 y 1974, y en ese tiempo, consiguió 61 triunfos seguidos.

Entre las condecoraciones de las que más presumía está el collar de la Orden Olímpica del COI, que recibió de manos del propio Samaranch en Sevilla en 2008. Tiene la Insignia de Oro y Brillantes de la Federación Española de Baloncesto (fue seleccionador de 1964 a 1965), del Real Madrid y de la Asociación Española de Entrenadores de Baloncesto y forma parte del Salón de la Fama de la FIBA, del Naishmith Hall of Fame y del Hall of Fame del baloncesto español.

A la cita de Sevilla de octubre de 2021 no acudió. El balón y la insignia que acreditaban que el técnico ingresaba en la primera promoción del Hall of Fame del baloncesto español, los recogió en su lugar Luis Castillo, expresidente del Lucentum e íntimo amigo de Ferrándiz, que entregó, en nombre del alicantino, un obsequio a la FEB. Jorge Garbajosa, presidente federativo, recibió el anillo que le habían entregado a Ferrándiz cuando ingresó en el Hall of Fame de Springfield en abril de 2013. El regalo se ha convertido en una de las grandes joyas del museo de la FEB.

Un legado más allá de las pistas

Ferrándiz se retiró a los 46 años pero siguió siempre ligado al mundo de baloncesto. Fue directivo del Real Madrid y de su mano llegaron varios de los grandes fichajes del equipo blanco, incluso nacionalizó a alguno de ellos: Clifford Luyk, Wayne Brabender… Pero su legado traspasa fronteras.

En 1991 inauguró en Alcobendas la Fundación Pedro Ferrándiz, con uno de los mayores archivos sobre baloncesto del mundo. Allí, además, se celebró durante años el Foro Ferrándiz-AS por donde pasaron multitud de personalidades relacionadas con el deporte. Con motivo del centenario del Foro, en junio de 2011, Ferrándiz ‘traspasó’ la Fundación a la FEB. Las instalaciones, en la Avenida Olímpica de Alcobendas, se convirtieron en la sede de la Copa del Mundo, que se disputó en España en 2014, y posteriormente dio acogida al museo de la FEB, que expone también objetos pertenecientes a la Fundación.

Desde 2015, la Universidad de Alicante cuenta con la Cátedra Pedro Ferrándiz del Deporte, que nació con el objetivo de convertirse en núcleo de reflexión, debate e investigación en el terreno deportivo. La leyenda blanca, que confesaba el día de la firma del acuerdo que era «un sueño cumplido y un gran honor», donó parte de su biblioteca personal a la universidad alicantina, que recibió más de un millar de ejemplares que fueron ubicados en el edificio de la sede universitaria.

«Era muy estricto, a veces les trataba como escolares»

Extracto de la entrevista publicada por AS el 31 de diciembre de 2013 unas semanas después de que el técnico más laureado del baloncesto español cumpliera 85 años. En ella, Ferrándiz repasa su carrera y recuerda sus inicios en el mundo del baloncesto.

Su época de éxito como entrenador del Madrid, la de las Copas de Europa de las décadas de los sesenta y los setenta, coincidió con un bajón del equipo de fútbol. ¿Cómo se vivió eso en el club?

Recuerdo una vez que iba al estadio y por la calle la gente empezó a decirme que tenía que ocupar el puesto de Miguel Muñoz, entonces entrenador de la primera plantilla de fútbol. Así estaba el ambiente, el baloncesto triunfaba y el fútbol bajaba su rendimiento. Para el Madrid fue muy beneficioso a efectos de prestigio.

¿Era cierto que en el equipo de fútbol les llamaban ‘los niños bonitos de Saporta’?

Algo de eso había, desde luego. Decían que el dinero que se llevaban para el baloncesto no iba para el fútbol. Había gente reacia, el mismo Miguel Muñoz. Pero el respeto era total. Algunos jugadores confraternizaban entre ellos, a Luyk llegaron a sacarle de tabernas para que conociera la gastronomía. En general, había empatía, pero también existió alguna tirantez, quizá menos por parte de los jugadores y más por el lado de entrenadores y directivos… Nada grave en cualquier caso.

¿Cómo de costoso era el baloncesto? ¿Cuánto le pagaba a usted el club, por ejemplo?

La sección no suponía un gran gasto, mi primer sueldo durante mucho tiempo fueron 60.000 pesetas al año y fiché a Emiliano por 100.000. A Sevillano, por ejemplo, nos lo trajimos­ por una docena de balones del Maristas.

Retrocedamos más en el tiempo, hasta sus inicios. Descubrió el baloncesto en su ciudad natal, Alicante, y luego se fue a la aventura a Madrid. ¿Cómo recuerda aquella etapa en la década de los 50?

Llegué a Madrid sin oficio ni beneficio. Era empleado de Sindicatos y me trasladé a la capital sin tener nada fijo. Me presenté en Educación y Descanso y el jefe de deportes, Manolo Martínez (campeón de natación), me preguntó si me gustaba el fútbol. Le dije que no y me respondió: ‘Pues mañana vienes a trabajar conmigo’. Y así empecé. Luego conocí a Raimundo Saporta (entonces tesorero del Madrid y luego vicepresidente; siempre pieza clave del baloncesto) y me dio una oportunidad. El primer año trabajé organizando un torneo de niños, pero cuando un día se marchó de la cantera Pepito Garrido, técnico y exjugador, Saporta me llamó y me preguntó si quería hacerme cargo del infantil y del juvenil. Quedamos campeones de Castilla y de España y ahí empezó mi carrera.

¿Cómo se formó?

No llegué del todo en ayunas a Madrid. Mi ambición al trasladarme a la capital era dirigir un equipo de baloncesto, lo que no sabía es que iba a ser el Real Madrid. Cuando descubrí este deporte fue como la caída del caballo de San Pablo en el camino de Damasco. Para mí fue una revelación tan absoluta que me absorbió todos los sentidos. Me dediqué a aprender todo lo que pude y, estando todavía en Alicante, me di cuenta de que el baloncesto estaba anquilosado en la estrategia, en la forma de jugar… Aposté por el contraataque rápido y modifiqué totalmente las estructuras técnicas, cambiando el puesto a los jugadores, prácticamente inventado el de base en España, porque en EE UU si existía el playmaker. Varié la forma de jugar y así fue como le dimos la vuelta totalmente al baloncesto español. Poco a poco los demás fueron imitándonos.

¿Quién le influyó para tomar el camino de la revolución?

Nadie, fue una absoluta convicción personal. Me la tenía que jugar si quería triunfar de verdad, tenía que cambiarlo todo y tenía que hacerlo con arreglo a lo que yo había aprendido porque no tuve maestros por delante. Digamos que fue una idea revolucionaria que salió bien.

Siempre fue un hombre audaz, pero ¿tuvo vértigo?

Sí, durante muchísimo tiempo, pero debo contar una anécdota que nadie creerá, ahora que estamos en plan de confesiones. Cuando Saporta me dijo que me hiciera cargo del infantil y del juvenil, me marché desde la entrevista al parque de El Retiro, a la avenida de las estatuas, y allí juré que, si no triunfaba en el Madrid, me suicidaría. Me lo prometí a mí mismo, imagino que la gente no se lo creerá, pero es la pura realidad. Ahora bien, que más tarde lo hiciera o no es otra cosa, pero en aquel momento estaba decidido a cumplir aquel juramento.

Es más fácil imaginar ahora su ambición. Explíquenos sus pretensiones con aquel proyecto de cantera.

La revolución vino desde abajo y luego la desarrollé en la primera plantilla. Apliqué la idea que yo tenía de cómo debía ser la estructura técnica. Di el paso, quedamos campeones de España y por eso también Saporta me cogió para el primer equipo. Entonces, el juego se basaba en dos defensas, dos aleros y un pívot. Los defensas eran los hombres altos y los aleros, los hombres bajos. Yo puse sólo un defensa, lo que luego se llamó base, e hice mucho hincapié en los hombres altos y en el rebote para facilitar el contraataque de los jugadores más bajos y veloces. Así, resumido, esa fue durante años la razón de los triunfos del Madrid, lo que provocó también el aumento de las anotaciones. En un determinado momento, además, Saporta nos daba 25 pesetas por punto una vez alcanzados los cien.

Y la fórmula también la desarrolló con éxito en el Viejo Continente. En su primera Copa de Europa fue semifinalista y en la segunda, subcampeón.

Sorprendimos con el mismo sistema. Ahora escucho decir que en mi tiempo era más fácil, pero… Hoy en día en la Euroliga los equipos son muy similares. En aquellos años, sin embargo, era imposible vencer a los equipos del Telón de Acero: soviéticos, polacos, checoslovacos… Al final, lo logramos y nuestra forma de jugar resultó determinante. Cogimos con los calzones bajados a la mayoría de los rivales. También ocurrió eso con el reglamento y la famosa autocanasta (evitó con ese enceste de Alocén en propio aro ir a una prórroga ante el Varese en la que hubieran perdido por más puntos cuando la eliminatoria era a ida y vuelta). Tenía la idea en la cabeza, sabía que en algún momento se podía dar la situación y justamente esta se presentó el día que se lo había planteado al equipo. Al principio, la afición italiana se burlaba de nosotros, pero descubrieron el engaño y nos querían matar.

Otra de las claves de sus éxitos fueron aquellos viajes por EE UU sin saber nada de inglés. ¿Qué recuerda?

Al primero que fiché fue a Joshep Sheaff. Fui a Seattle para traerlo a Madrid, pero mi primer gran fichaje fue Wayne Hightower (metió 56 puntos en un partido), que se lo quité a los Globetrotters. Más adelante mi relación con Lou Carnesecca fue una ayuda inestimable. Y traje a Clifford Luyk y a Wayne Brabender, que fueron figuras legendarias del club junto a los Emiliano, Sevillano y Lolo Sainz, al que nombré mi sucesor dos años antes de retirarme.

¿Cómo era entrenando y cómo cree que sería ahora?

Era muy estricto, no permitía, por ejemplo, que se utilizaran motes en la plantilla porque me parecía denigrante, pero a la vez era muy paternal, a veces les trababa como escolares pequeños. Ahora sería imposible, porque desde que tienen agentes y conocen la valía de los contratos no podría utilizar los mismos métodos. Fui el primero en apostar por el profesionalismo.

¿Con quién hubo tensión?

Con Miles Aiken. Planteé al club que él o yo, pero fue una excepción. Durante mucho tiempo pensé que Aiken había fallado a propósito una bandeja fácil que nos hubiera dado el título ante el TSKA en 1969. Supongo que no llegaría a tanto, aunque le pillé en una habitación conspirando contra mí. Muchos años más tarde me lo encontré en el Hall of Fame y me dio un abrazo. Quizá siga hoy engañado, pero creo que mis jugadores me respetaron y apreciaron.

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