No veremos una ley nacional de protección animal en España
Muy cerca, alargas la mano y casi la rozas con los dedos. Sabes que si pudieras estirarte solo unos milímetros más, la alcanzarías, y envidias a los gatos y su magnífica flexibilidad, auténticos acordeones vivientes. Pero no llegas, no puedes asirla e intuyes que jamás podrás, que ha quedado fuera de tu alcance para siempre.
Nunca hemos estado tan cerca de contar contar con una ley de nacional de protección animal en España como ahora, una norma que unifique unos mínimos para todo el territorio y que muchos, conocedores del caos y la desigualdad existente por la multitud de legislaciones autonómicas y locales, llevamos más de dos décadas pidiendo. La Ley de Bienestar Animal impulsada por el ministerio de Belarra es imperfecta, no contenta del todo a nadie ni mejora significativamente la protección de los animales en aquellos territorios con las normativas autonómicas más avanzadas, pero es necesaria y no creo que vaya a ver la luz.
Tal vez soy demasiado pesimista, pero es difícil confiar en el entendimiento entre partidos e instituciones democráticas, en su capacidad de hacer cesiones y llegar a acuerdos, con todo lo que estamos viendo. Entre esa bronca realidad y el vaivén que se traen los socios de Gobierno con esta ley, fruto de los cálculos electorales y las presiones internas, nula esperanza queda de verla aprobada esta legislatura. Y muy poca pensando en legislaciones futuras, porque el PP puede tener voluntad de aprobar su propia normativa nacional de protección animal, ya lo intentó con Rajoy, pero es probable que tenga aliados en el Congreso que no la vean con buenos ojos. Y con el PSOE ya estamos viendo que poco se puede contar si ve peligrar votos en determinados territorios de su influencia. Ojalá esté errada, pero me temo que los astros tendrían que alinearse con la precisión de un equipo olímpico de natación sincronizada.
Ahí quedará en el limbo de las leyes hasta que transcurra otra generación ese necesario marco legislativo nacional de mínimos, casi a nuestro alcance, sintiéndolo en la yema de los dedos, siempre en el horizonte por mucho que rememos.