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Madrid celebra un San Isidro confinado y atípico: «Voy a vestirme de chulapo y comer rosquillas del Santo en casa»

Era un luminoso 15 de mayo de la década de los 60. José Luis Campos no recuerda bien la fecha, pero sí cómo su abuelo le agarraba fuerte la mano mientras, con la otra, sujetaba un botijo que más tarde llenaría en la fuente del Santo. Ambos subían la cuesta de la Pradera, camino de los festejos. Sesenta años después, José Luis vive entre cuatro paredes su primer 15 de mayo lejos de aquello. «No recuerdo un San Isidro así. La última vez que se dejó de celebrar fue en la Guerra Civil», cuenta como presidente de la Asociación Castizos de Madrid.

Parece que ha pasado una eternidad desde el útimo 15 de mayo y de otros tantos en que, de manera inexorable, inauguraba el día embutido en su traje de chulapo. A las 10 de la mañana dirigía un pasacalles de centenares de castizos hasta llegar a la ermita. «Ahí nos ponemos a bailar el chotis y enseñamos a todo aquel que quiera animarse», relata. Después, José Luis se va a comer un cocido junto al resto de chulapos y, tras la digestión, coge el camino a la antigua catedral de San Isidro para participar de la procesión. «Pero antes hacemos una parada y nos tomamos un licorcito de Madroño», apunta este madrileño con nostalgia al revivir un típico día del patrón.

«¿Que cómo voy a celebrarlo hoy? Pues con resignación», responde. José Luis no irá hoy a la pradera pero, a cambio, se vestirá de chulapo y se marcará un chotis con su mujer durante la hora estipulada de paseo. También comerán juntos un cocido. Y quizá, de postre, unas rosquillas del Santo.

De ello se encarga Juan Antonio Martín, pastelero en el céntrico local Manacor, quien dedicaba las últimas horas del día a preparar el tradicional dulce para que los madrileños, como José Luis, puedan saborear esta fiesta popular.

Juan Antonio Martín, presidente de Pasteleros de Madrid (Asempas), atiende la llamada con las manos recién lavadas: «Acabo de terminar de cocinar las últimas rosquillas». El pastelero se dice satifecho. No pensaba llegar al 100% del volumen de dulces que otros años. Sin embargo, a las 11.00 horas se da cuenta de que aún puede alcanzar su objetivo: «Ahora solo falta venderlas», admite, pero no parece preocuparle: «El madrileño no puede salir de la localidad y la repostería se suele consumir dentro de casa».

Sus argumentos se basan en los últimos acontecimientos. «Así ocurrió en Semana Santa y el Día de la Madre –apunta– y es que el público necesita una normalidad y celebrar las cosas. Y, ¿qué hay mejor que tomarse una rosquilla de San Isidro con tu familia?», se pregunta. Como presidente de Asempas, cree que su sector es un afortunado en estos tiempos de crisis: «No nos está afectando». Aun así hoy es un día atípico: pedidos a domicilio, o a recoger en tienda. Al fin y al cabo, «como en otras épocas cuando todo se hacía en casa», saca en positivo.

Alfredo Povo completa el escenario imaginario de la Pradera: es uno de los tres organilleros que resisten en Madrid. Casi una leyenda. Lleva años afinando este instrumento que se deja ver en muy pocas ocasiones. Una de ellas, en un día como hoy en la pradera de San Isidro. «Siempre me llevo el organillo, lo toco ahí y la gente baila».

Povo aporta ambiente al día del patrón, a veces contratado y, otras, como ciudadano. «Planto mi organillo y los castizos, que es a quienes les gusta el asunto, se arriman». Una escena que se diluye con los años. «Los organillos cada vez se alquilan menos y me da pena que se pierda, por eso lo mantengo. Además, cada día es más complicado que den permiso para estar en la pradera», valora.

Aun así, cada año, Povo toca el organillo durante todo el día. Este 15 de mayo no lo hará. Podría asomarse al balcón a dar ambiente. O, incluso, conectar el equipo de música. Pero «Madrid está de luto».El organillero no tiene cuerpo para fiestas, pero sí hambre de tradición. «Comeremos un cocido en casa y seguramente hagamos una limonada para acompañar las rosquillas del Santo», cuenta. Estas las hará su mujer.

Gustavo es un labrador del 2020. Desde niño celebra esta fiesta con su abuelo y padre, a quienes les ha tomado el relevo en la profesión. «Es un día de reencuentros entre todos los agricultores que no nos vemos el resto del año», dice. Gustavo cultiva cereales de centeno y, de haber sido un San Isidro habitual, habría participado de los festejos de Fuente el Saz, su pueblo. Como por ejemplo, la bendición de los cultivos, que este año tampoco se hará.

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