Luis Enrique elige su final

Más de 1.000 pases para solo un remate a puerta. Ese es el triste balance de la despedida mundialista de España en la caída ante Marruecos. La Selección pareció jugar para tener el balón, pero no para ganar. Si el resultado llegaba, bienvenido era. Pero España se conformó con gobernar sin más, marcara o no marcara. Precisamente, respetó más que nunca la idea de Luis Enrique, que prioriza el estilo al marcador. «Se ejecutó a la perfección. Hemos creados las oportunidades suficientes para ganar», argumentó el seleccionador tras el partido. En realidad, no fue así del todo. Las apenas 27 intervenciones en el área rival en un partido que tuvo hasta prórroga delatan que España no intimidó como debió a nivel ofensivo. En cualquier caso, Luis Enrique, puestos a morir, eligió hacerlo a su manera. Aburrida, insípida y dolorosa por parecerse tan poco a lo que un día España fue.
Marruecos no cedió ni un centímetro, se juntó estoicamente y alicató su área mientras España dominó la posesión para nada. No hubo mezcla en el juego entre demasiados pases horizontales y pocos desmarques sin balón. El análisis del partido deja una serie de datos que emergen de manera elocuente. Alguno con una rotundidad desoladora. El 12,5% de los pases de la Selección se dieron entre Rodri y Laporte. De central a central, sin envíos que rompieran líneas. Mucho tuvieron que ver en ello los tipos de movimientos de los jugadores. La mayoría fueron ofrecimientos en apoyo (269) o por detrás del balón (163) y muy pocos se hicieron de dentro a fuera o de fuera a dentro (17).
Pedri estuvo irreconocible, pero no inédito. El canario personifica el desatino español. Fue de largo el jugador que más se ofreció al compañero (139 veces) y el que más líneas intentó romper (41 ocasiones), hasta el que más acciones de presión directa protagonizó (nueve). Pero nada le salió, víctima de tanto palique de balón en un partido en el que nadie cambió el registro. España careció de profundidad y uno contra uno. Las bandas apenas se utilizaron. No tuvo variantes en el juego porque Luis Enrique no quiso tenerlas. ¿Por qué no adelgazar el centro del campo y acercar a otro jugador a Morata? ¿Por qué no buscar más rupturas de los interiores hacia la línea de fondo, aunque solo se hicieran para originar más espacios dentro y fuera? La obsesión enfermiza por una pauta de juego ha llevado a Luis Enrique y a la Selección a verse en la cuneta. Los puntos en común con la eliminación en Rusia cuatro años antes confirman que España ha caído en la autocomplacencia del estilo. Casi siempre tuvo el balón, pero pocas veces supo qué hacer con él. La posesión por la posesión.