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Los rostros de la pobreza se parecen a ti

Itziar (29 años) encadena desde hace tiempo contratos de días o semanas, nunca ha tenido vacaciones y sabe muy bien lo que es recoger comida en una ONG o pedir que le aplacen gastos escolares. Julio (52 años) ha vivido casi una década en la calle, pero ahora se aferra a una oportunidad para no regresar nunca más a ella.

Son las caras de la pobreza que ha alcanzado a casi 12 millones de personas en España, muchas de ellas con trabajo, como Itziar y Julio, pero marcado con la etiqueta de la temporalidad, y que no permite abandonar la situación de riesgo de exclusión social que marca sus historias de vida. «El trabajo te da pan para hoy, pero hambre para mañana».

Itziar tiene 29 años, dos hijos y vive en el barrio madrileño de Vallecas. Nunca ha tenido vacaciones porque no ha tenido un trabajo que reconocieran ese derecho; desde que terminó sus estudios de secundaria, solo ha tenido contratos de días, alguno de dos meses por una sustitución y mucho desempleo. «Soy pobre, no me da vergüenza pedir ayuda».

El camino para ella, su pareja y sus hijos no ha sido fácil, pero confía en que las cosas pueden cambiar. Está haciendo un curso de ayudante de carnicería a través del Plan de Empleo de Cruz Roja, que acaba de retomar porque se había suspendido por la pandemia.

«Elegí este curso porque lo vi con más salidas; me gustaría formarme en algo que me ayude a conseguir un trabajo a más largo plazo y me pueda servir para el futuro», cuenta.

Pone rostro a esa cifra de casi ocho millones de personas que padecen la temporalidad de los empleos o que vive con «trabajos informales», es decir, que siguen siendo pobres a pesar de estar trabajando. Los trabajadores pobres ya son el grupo más numeroso entre las personas en riesgo de pobreza o exclusión social que hay en España.

Su entrevista se difunde en el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, que la ONU conmemora el 17 de octubre para visibilizarla, y que en España, a pesar de ser la cuarta economía de la zona euro, conocemos bien.

Le explicamos que una de cada tres personas pobres tiene empleo.

«Yo soy una de esas personas, tengo que vivir al día; yo no puedo pensar en el futuro, con un trabajo así, o meterme en una hipoteca, porque hoy puedo cobrar mil euros y mañana o los próximos meses nada».

Siempre ha pensado que la pobreza la padecían los que vivían en la calle o no tenían nada para comer, pero ha llamado a su puerta.

«La pobreza es pedir comida a Cruz Roja o estar en el colegio de los niños diciendo que el mes que viene te lo pago porque ahora no tengo o te lo pago a plazos o pidiendo ayuda para pagar los libros: eso es la pobreza«.

Una pobreza que se instala en casa y en cada uno de los miembros de la familia. «¿Qué cosas no he podido hacer? Muchas. Como no poder celebrar ni los cumpleaños de los niños o llevarles a extraescolares, como fútbol o natación, mis hijos no pueden hacer nada de eso».

La pandemia ha evidenciado la brecha digital y ha mostrado las diferencias de oportunidades en los hogares. «En Cruz Roja me han tenido que prestar para el mayor una tableta para hacer todos los deberes, no teníamos ningún aparato electrónico, solo el teléfono móvil y para muchas actividades era complicado; al pequeño no le mandaban ejercicios, ha sido su primer año de cole».

Iztiar también ha sido de esos trabajadores esenciales que durante la pandemia desarrollaron los empleos más arriesgados y que acaban pronto.

«Empecé a trabajar a principios de año, vino lo de la pandemia y me salió un trabajo en una residencia para cubrir una baja de dos meses y medio, fue durante el confinamiento en el momento más duro, luego me salió una oferta de limpieza de obra, temporal y te pagan por horas y también se acabó«.

Cuando encuentra uno de estos trabajos, es como una fiesta en su casa. «El mayor va contando que mamá está trabajando, es para él una alegría; yo cuando tengo trabajo se lo digo, otros padres a lo mejor no lo hacen porque lo ven como algo normal».

«Cuando te faltan las cosas aprecias más todo, aquello que es lo normal como tener la nevera llena», aunque cuando ves algunas carencias te afecta mucho en tu estado de ánimo.

Su deseo es conseguir un trabajo que le permita pensar a largo plazo que le saque de la incertidumbre de lo que pasará mañana.

Lo intenta todo. «He echado solicitudes para repoblar pueblos, que piden parejas jóvenes con hijos para no cerrar las escuelas».

«Mi pareja va mañana ir a Valladolid para la recogida de las patatas; es un poco lo que vaya saliendo; si nos tenemos que ir a otro sitio donde haya mas trabajo y mejor calidad de vida, no nos importaría irnos«

«Nunca he tenido trabajo estable como para que me dieran vacaciones, así que hace mucho que nos vamos a ningún sitio; con el pequeño no hemos ido nunca».

Iztiar va jugando las cartas de su vida y lo hace con optimismo «He vivido momentos muy malos, pero luego hemos ido un poquito a mejor: yo espero que todo vaya a mejor, estoy formándome e intento conseguir un trabajo más estable y que pueda tener largo plazo para plantearme la vida de otra manera.

El trabajo te puede sacar de la pobreza, pero siempre que sea estable, porque el temporal es pan para hoy y hambre para mañana.

«Antes ibas a un lado y a otro y me daba vergüenza decir que no tenia trabajo y contar tu historia, te sientes mal, pero creo ahora está más normalizado ir a pedir ayuda, no te da vergüenza, ya no te ven como algo raro».

Tenía 38 años y trabajaba en una empresa de mensajería. De un día a otro se sorprendió viviendo en la calle, una situación que creía temporal, pero que duró casi diez años.

«Recuerdo mi primer día en la calle, fue tras una discusión con mi pareja; tenía mucho miedo, incertidumbre, estaba muy descolocado, no sabes lo que va a pasar, ¿qué hago?», nos cuenta Julio. Empezó a recorrer los distintos recursos sociales.

«Te dan teléfonos, no hay plazas en los albergues, vas a roperos, comedores sociales…a los cuatro días estaba hecho unos zorros, sin afeitar y sucio, así que en mi trabajo me dijeron que no podía continuar en esas condiciones, sin dormir; y ves como pasa el tiempo».

Pasó a formar parte de las más de 31.000 personas que se encuentran en situación de sinhogarismo. Según la ONG Hogar Sí, se calcula que hay 20.000 plazas de alojamiento para atender estas situaciones, por lo que a unas 11.000 personas solo les queda como única opción vivir en la calle.

Julio cree que hay que mejorar el sistema, que está muy burocratizado, que es complicado ir de ventanilla en ventanilla solicitando servicios cuando no tienes una casa donde te notifiquen las cosas en la que preparar los papeles o donde asearte bien para acudir a una entrevista de trabajo.

«El 99% de las personas no encuentra su oportunidad para salir adelante, se le pone cuesta arriba este sistema de apoyo», y cree que es fundamental ampliar el alquiler social. «Cuando encuentras un trabajo, te da para vivir en pisos compartidos o veces ni eso, por eso es importante el apoyo en la vivienda«.

«En la calle hay todo tipo de perfiles, la gente no entiende que en cualquier momento se puede ver en la calle, hoy tienes vida normalizada y mañana no, cada uno tiene un motivo distinto, empresarios que han perdido sus negocios, gente que está ocultando, ruptura de parejas…he conocido a gente con carreras universitarias o con oficios humildes, con problemas de salud mental y hasta en silla de ruedas».

Ahora vive en uno de esos pisos de alquiler, en el Ensanche de Vallecas (Madrid) que le han facilitado a su pareja, Ana, una de las organizaciones que ayudan a las personas sin hogar.

«Han sido muchos años de lucha muy dura, hasta que hemos encontrado contratos de inserción, son trabajos mileuristas con los que intentas llevar una vida digna, pero como se acabe el trabajo… Le he pedido matrimonio hace más de dos años, a ver si ahora lo podemos formalizar».

Trabaja en una empresa de inserción dedicada a la limpieza y mantenimiento en edificios, gracias a Hogar sí, antigua Fundación Rais. Durante el estado de alarma, se tuvo que poner el equipo de protección y multiplicaron los servicios. «Me he sentido orgulloso, era como un deber hacer esas limpiezas especiales; somos un buen equipo, todos a una y nos fuimos cubriendo cuando alguno enfermaba».

«Me he podido comprar hasta un coche de segunda mano, soy un privilegiado, he tenido suerte y voy a aprovecharlo». Tiene estudios de diseño y cursos de formación en fontanería y electricidad. «Durante el boom de la construcción trabajé mucho».

Ahora piensa en reciclarse laboralmente y formarse como educador social. «Quiero dar a otras personas la ayuda que me han prestado a mi».

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