Las gasolinas vuelven a dispararse, escalan a máximos históricos y el Gobierno insinúa que las petroleras «absorben» el descuento
El precio de los combustibles ha vuelto a experimentar una nueva subida en la última semana hasta alcanzar un nuevo máximo histórico en el caso del diésel. Tras un mes de abril en el que parecía que los precios se habían tomado un respiro -coincidiendo con la entrada en vigor de los descuentos de 20 céntimos por litro a los carburantes-, las dos últimas semanas han recuperado los niveles en los que se había instalado el mercado tras la invasión rusa de Ucrania. Ante esta situación, el Gobierno ha hecho una advertencia velada a las petroleras que puedan estar «absorbiendo la ayuda».
Según datos del Boletín Petrolero de la Unión Europea, el precio del diésel se disparó hasta los 1,87 euros el litro -el máximo jamás registrado-, mientras que la gasolina 95 escaló hasta 1,84 euros por litro repostado, muy cerca del récord registrado a mediados de marzo.
Estas cifras no incluyen los descuentos de 20 céntimos a cargo del Gobierno y las petroleras. Con la rebaja, el precio del diésel se quedaría en 1,672 euros el litro, mientras que la gasolina ascendería a 1,637 euros por litro, dos registros parecidos a lo que marcaba el surtidor cuando estalló la guerra.
Las subidas -del 1,5% semanal en el caso del gasóleo y del 1,2% en el de la gasolina- han llevado los precios a máximos, pero han sido moderadas en comparación con lo ocurrido la semana previa. Entonces, tras una Semana Santa en la que Bruselas no publicó datos por vacaciones, tanto la gasolina como el diésel se apuntaron incrementos cercanos al 15%.
No se veían subidas tan abruptas desde los días inmediatamente posteriores a la invasión, cuando los mercados entraron en pánico y los precios del crudo se dispararon a máximos no vistos en 14 años, arrastrando tras de sí a las gasolinas. Sin embargo, aunque en las últimas dos semanas los precios de la materia prima han permanecido por encima de los 100 dólares el barril de Brent, no se ha producido una subida tan abrupta del crudo que justifique el traslado de precios al surtidor.
En este contexto, la vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño, lanzó el jueves una velada advertencia a las petroleras que puedan sentirse tentadas de embolsarse una parte del descuento de 20 céntimos que aplica el Ejecutivo.
«Si vemos que alguna medida hace que se mantengan los precios porque los operadores están absorbiendo la ayuda, no seguiremos con esa ayuda», sostuvo la vicepresidenta, preguntada sobre la cuestión en una entrevista en RNE.
El Ejecutivo estima que el descuento a los carburantes, que estará vigente hasta el próximo 30 de junio, costará a las arcas públicas 1.423 millones de euros. Cualquier eventual prórroga supondría una carga adicional para las arcas públicas y estará condicionada a que los descuentos lleguen efectivamente y por completo al bolsillo de los consumidores.
Además, Calviño ha recordado que la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) se encarga de fiscalizar que las ayudas se empleen correctamente y que investigarán cualquier posible conducta que pueda estar impidiendo que bajen los precios. De igual manera, ha apuntado que «está siguiendo muy de cerca del mercado de carburantes», igual que el mercado eléctrico.
La rebaja de los combustibles fue una reivindicación muy reclamada por los transportistas y las clases medias en un momento en el que varios países europeos se decantaron por medidas similares. Sin embargo, también recibió críticas desde algunos sectores, en parte por precedentes como el alemán. En Alemania, las petroleras se embolsaron una parte de la bajada temporal del IVA a los combustibles que el Gobierno aplicó en 2020.
La propia estructura interna del mercado petrolífero favorece que las empresas tengan un gran poder sobre los precios. Por un lado, en el negocio de las combustibles hay muy poca competencia. El pastel se reparte entre un pequeño puñado de empresas, lo que desincentiva que los precios bajen. Y por el otro, los consumidores tienen poco margen de maniobra cuando suben los precios: un motor solo funciona con el carburante para el que fue diseñado, por lo que las alternativas son escasas.