La tuneladora que ampliará la L11 cruzará el arroyo subterráneo del Abroñigal, yacimientos históricos…
La primera fase de la ampliación de la línea 11 (L11) de Metro de Madrid, que se empezará a ejecutar este año entre Plaza Elíptica y Conde de Casal, es una obra muy ambiciosa. No solo porque se trata de uno de los mayores ‘estirones’ de la red del suburbano en los últimos y próximos años, también porque supone excavar algo más de seis kilómetros bajo la capital.
Hacer un túnel de esa longitud por la ciudad consolidada supone tener en cuenta muchos elementos: desde los edificios cercanos al trayecto, algunos de ellos de indudable interés histórico, hasta infraestructuras urbanas como colectores o túneles y otras líneas de metro, pasando por la presencia de yacimientos documentos. Sin olvidar, claro está, la presencia de ríos y otras corrientes subterráneas. Estos son algunos de los principales retos arquitectónicos que enfrentará la L11.
Edificios protegidos
El trazado previsto para la L11 pasará por debajo de cientos de edificios y varios de ellos están protegidos, ya sea porque su construcción se considera de gran calidad (protección integral) o porque se considera, en todo o en parte, como elementos relevantes de la historia del arte o de la arquitectura española y madrileña (protección singular).
La mayoría de edificaciones están en la zona de Atocha. Son la estación de trenes histórica, el Museo Nacional de Antropología, la basílica de la Virgen de Atocha y su torre campanile, la Real Fábrica de Tapices y el edificio situado en el número 2 de la avenida de la Ciudad de Barcelona, que data de finales del siglo XIX.
Fuera de este entorno también hay un edificio con protección integral. Está situado en el barrio de Comillas y es el Colegio Concepción Arenal, que data de 1929 y está muy cerca del puente de Toledo.
Yacimientos con miles de años de historia
Los ingenieros, arquitectos y otros profesionales que trabajen en la ampliación también tendrán que tener en cuenta la presencia de una decena de yacimientos y zonas arqueológicas en el entorno de la obra. Varios se sitúan en Comillas. Destacan los llamados Barrio de San Antonio y El Sotillo, además del yacimiento Atajillo del Sastre, que data del Paleolítico medio y superior, y el Arenero de San Antonio, de la misma época y en el que se recuperó industria. Los dos últimos fueron excavados por el profesor y arqueólogo José Pérez de Barradas, en el siglo XX.
Cerca del río, está documentada la zona arqueológica y paleontológica de las Terrazas del Manzanares, que es Bien de Interés Cultural (BIC) desde 1993 porque se tiene constancia de que esta zona ha estado ocupada por asentamientos humanos desde el Paleolítico hasta nuestros días. Desde las primeras décadas del siglo XIX se han encontrado en los alrededores restos fósiles de grandes vertebrados en lugares como el puente de Toledo.
En el paseo de la Chopera se localiza otro yacimiento en el que se encontraron resto paleontológicos de microvertebrados. Entre el paseo de Atocha, la tapia del Parque del Retiro y el Observatorio Astronómico se localiza un yacimiento con el nombre de Cerro de San Blas que tuvo asentamientos humanos en varios periodos de la edad antigua, como el Mesolítico, y en el que se recuperó un hacha triangular y puntas de flecha de sílex. Cerca de allí, cuando se realizaron las obras del nuevo complejo ferroviario de Atocha, se hallaron restos fósiles dentales y óseos de la Edad Terciaria.
Cursos de agua: los que se ven y los que no
El líquido elemento, que siempre ha estado asociado a Madrid, es otro de los retos a superar. «Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son», dice un viejo lema de la capital y la ampliación de la L11 tendrá que lidiar, al menos, con el río Manzanares y con el arroyo Abroñigal, hoy invisible a los ojos de madrileños.
La tuneladora descenderá en el entorno del Manzanares para salvar su cauce y los túneles de la Calle 30. El paso más óptimo se ha fijado a la altura de la pasarela de Arganzuela, el puente cilíndrico de metal que se instaló cuando se remodeló Madrid Río, entre los puentes de Toledo y Praga.
Esta operación se desarrollará casi al principio de las obras y en el tramo final, en las inmediaciones de Conde de Casal, los ingenieros tendrán que enfrentarse al Abroñigal. El arroyo, afluente del Manzanares, se soterró hace medio siglo, cuando se construyó el nudo sur de la M-30, pero su curso de agua, así como el otros pequeños flujos subterráneos, tiene que tenerse en cuenta.
Para mantener los túneles a salvo del agua y la humedad se prevé un recubrimiento extra, en algunos casos hasta de un metro de espesor.