La inflación llega a la cesta de la compra: el precio de los alimentos se dispara al máximo desde la gran recesión de 2008
La crisis de precios que azota a medio mundo tras superar los momentos más graves de la pandemia ha llegado al supermercado. La subida del Índice de precios del consumo (IPC), el indicador que refleja en España cómo se han encarecido los bienes y servicios que más consumen los españoles, ya no solo viene impulsada por la elevada factura de la luz y de gasolina y gasóleo.
Los últimos datos completos del IPC, que el Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó este viernes reflejan que alimentos y bebidas fueron en diciembre del año pasado un 5% más caros que en el mismo mes de 2020. Nunca antes desde septiembre de 2008 se habían encarecido tanto los alimentos y bebidas no alcohólicas.
Hasta octubre, los precios de los bienes de esta categoría se habían mantenido relativamente estables, pero desde entonces han experimentado un repunte importante, pasando del 1,7% registrado en octubre al 5% que reflejan los datos del mes pasado.
En la lista de productos y servicios que más suben de precio se están colando cada vez más alimentos. Es el caso del aceite de oliva -un 26,7% más caro que en diciembre de 2020-, los refrescos (11,7%), la margarina (11%), la fruta fresca (9%), las legumbres y hortalizas frescas (8%) o el pescado fresco (6,6%).
En menor medida, aunque también de forma significativa, se ha disparado el precio de la carne de ave (6,5%), los zumos de frutas (6,3%), los huevos (6,2%), la carne de vacuno (6%), harinas y cereales (5,6%), los alimentos para bebés (5,4%), la leche entera y desnatada (5%), el café (4,6%), la mermelada (4,1%) o el pan (3,8%).
En lo que respecta al índice general -del que el INE publicó una aproximación a finales del mes pasado– este se incrementó un 1,2% en diciembre en relación al mes anterior y elevó su tasa interanual hasta el 6,5%, dos décimas menos de lo adelantado y un punto por encima de la tasa de noviembre. Estas cifras reflejan el encarecimiento del consumo más fuerte en 29 años, un alza de precios que, de nuevo, viene impulsada fundamentalmente por la factura de la luz y en menor medida de los carburantes y ahora con una creciente importancia de los alimentos.
Con el dato interanual de diciembre, el más elevado desde mayo de 1992, el IPC encadena su duodécima tasa positiva consecutiva y sitúa la la inflación media de 2021 en el entorno del 3%.
Señales de alarma
Una de las señales que más preocupan es la evolución de la inflación subyacente -aquella que descuenta del cálculo los precios de la electricidad y los alimentos no elaborados, que son más volátiles-. La inflación subyacente es un buen indicador para monitorizar hasta qué punto subidas de precios coyunturales se van transformando en estructurales.
Este indicador alcanzó el diciembre el 2,1% interanual, la tasa más elevada desde marzo de 2013. Se trata del quinto mes consecutivo en el que la inflación subyacente repunta, algo que preocupa a algunos expertos.
“El aumento de la inflación subyacente, que en diciembre supuso bastante por encima de lo que esperábamos, confirma que ya estamos en ese proceso de traslado de costes. La cesta de consumo ya no sube como hasta ahora solo porque suben los precios de los productos energéticos, sino porque también están subiendo el resto de bienes y servicios que componen la inflación», explica a este periódico María Jesús Fernández, economista sénior en Funcas.
Por ahora el consenso mayoritario entre los expertos sigue siendo que esta crisis de precios será transitoria, aunque este postulado cada vez está más discutido. Sin ir más lejos, el jueves, el ex ministro de Economía español y ahora vicepresidente del Banco Central Europeo, Luis de Guindos, afirmó que la inflación registrada en la zona euro en 2021 «quizás no sea tan transitoria». «Las razones son bastante simples. Los cuellos de botella del lado de la oferta van a estar ahí y son más persistentes de lo que nosotros y muchos esperaban en el pasado. Y los costes de la energía van a seguir siendo bastante elevados», añadió de Guindos.
Sobre esta transitoriedad o no, María Jesús Fernández apunta a que «más que lo que esperamos… es un whisful thinking: lo que deseamos que suceda. Es la hipótesis con las que hacemos nuestras previsiones y con la que trabajamos, pero no tiene por qué ser la que suceda», zanja.