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Koke y un 554 para la eternidad

Lo de Koke le viene casi de cuna, de cuando no levantaba un palmo del suelo. Era un bebé que en 1992 acababa de llegar a una casa en Vallecas, calle Sierra Madrona, y a su hermano Borja, seis años mayor, se le enredaba su nombre de verdad en la boca. Jorge no salía. Era Koke. K-o-k-e.

Y con Koke se quedó. También en aquellos partidos contra chicos que le sacaban tres cabezas y siete años en el parque al que daba la calle del bar El Cochinillo. Koke. Ese futbolista que veinte años después de aquellos duelos entre bancos de madera y porterías de cazadoras lograba algo que en los últimos 47 años de Atlético nadie había alcanzado: el récord de partidos jugados con la rojiblanca de Adelardo. 553. El 1 de octubre el contador volvía a arrancar en 554, atado a una bota. La de Koke Resurrección, Premio AS del Deporte en 2022 por ello. “Será muy difícil que ningún otro pueda alcanzarle”, reconocía Gabi, el Capi, su referente a la hora de portar el brazalete en el bíceps (de 2012 a 2018 lo llevó) para un reportaje de AS en septiembre, alrededor de su gesta. Con la voz llena de emoción de otro hermano mayor, éste de fútbol.

‘Capitán de leyenda’ podía leerse en letras mayúsculas a la espalda del capitán del Atlético el 6 de octubre en el salón de actos del Metropolitano. Era el día del pasarse el testigo. A su lado, Adelardo, el hombre que durante 17 años defendió la rojiblanca, el futbolista que alzó al cielo del Calderón la Intercontinental, la leyenda que hacía 47 años había establecido ese récord: el jugador que más veces había vestido la rojiblanca. “Parecía algo imposible de alcanzar”, también se oye a Gabi. Y a Antonio López, y a Caminero, todos iconos de ese escudo que Koke se había prendido al pecho mucho antes de hacerlo de verdad. Eso sí que le venía de cuna, en la sangre de padre, Eugenio, que ataba fuerte la bufanda del Atleti en sus hijos al cuello los domingos de camino al Calderón.

Tenía seis años cuando se convirtió en un ‘One Club Man’. Y desde el mismo cimiento, los campos de fútbol de Cotorrubuelos, allá donde se turnaban su padre, su madre y su abuelo para llevarlo a entrenar, junto a su hermano. Fue creciendo a la vez que el nombre de Borja se decía en mayúsculas: pronto destacó, pronto se señaló como chico que llegaría al primer equipo. Una lesión lo truncó, una rotura de un dedo en el pie, mientras Koke se hacía una foto de niño que idolatra en la ciudad deportiva de Majadahonda con el chico sobre cuyos hombros se posó el club en sus años más negros. Torres. Los años les harían compañeros.

Porque Koke con su trabajo iría subiendo. Categoría a categoría, autobús al Cerro a autobús. Y le llenaría el ojo a José María Amorrortu, director de cantera en 2006, a Suso García Pitarch, director deportivo del primer equipo que le haría su primer contrato profesional, a Abraham García, que le haría titular en el B cuando aún era cadete, a Abel Resino. Fue el último en su etapa como entrenador rojiblanco quien pondría su propio contador a cero un 19 de noviembre de 2009 en el Camp Nou. El de Koke, ese futbolista que llenó el ojo también al Cholo cuando llegó en diciembre de 2011 para frenar su cesión al Málaga y poner el cimiento más firme a esta historia.

“Si pensara más en mí quizá me iría mejor, pero no sería Koke”, reconocía a AS el propio Koke en marzo pasado, cuando el récord de Adelardo estaba a tan solo un puñado de partidos. Una frase que le define. Ese futbolista solidario, que siempre está en su sitio y para los demás, con la táctica en la cabeza y la bota tuneladora de pasillos. Ese niño que nunca fue Jorge. Siempre Koke. Como le bautizó su hermano. Y levantó dos gradas. El Calderón y el Metropolitano. «Agradezco mucho a Diario AS este premio, me hace mucha ilusión», confiesa a la vuelta de Qatar, cuando las ligas y competiciones domésticas están a punto de reiniciarse tras el Mundial.

Un premio que en su museo particular también guarda otro hermano de fútbol, Diego Godín, Premio AS América en 2015, con quien sembró profundo lo que el Atleti vuelve a ser hoy: un grande en Europa, capaz de acodarse entre el Barça de Messi y el Madrid de Cristiano (LaLiga 2013-2014). Todo atado a su bota. La de ese futbolista que suma ya 560 partidos con la rojiblanca. Y lo que queda. Y del que todo el que le conoce coincide al describirle: es un futbolista único, irrepetible, pero es aún mejor persona. Sólo en algo no alcanzará a Adelardo. Goles marcados. Aquel hizo 113. Los de Koke son 47.

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