Estos auriculares tienen un ingrediente muy poco común, nanotubos de carbono, y su historia es incluso más sorprendente que su tecnología
Lo prometido en el titular obliga, así que ahí va la historia real de estos peculiares auriculares. Mark S. Cohen, profesor en la facultad de medicina de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), llevaba bastante tiempo dando vueltas a la idea de encontrar la forma de que el ruido que emiten los escáneres de imagen por resonancia magnética no sea tan molesto para las personas a las que se está llevando a cabo esta prueba.
El nivel de presión sonora en el interior del tubo en el que el paciente debe permanecer inmóvil durante varias decenas de minutos puede exceder en algunos instantes los 120 dB, un ruido similar al que emite un martillo neumático en pleno golpeteo desenfrenado.
La mayor parte de la bibliografía especializada en otorrinolaringología sitúa nuestro umbral del dolor, precisamente, en la frontera de esos 120 dB, por lo que es comprensible que muchas personas lo pasen mal en el interior de las máquinas de resonancia magnética incluso aunque no padezcan claustrofobia.
Además, Cohen se dio cuenta de que sería interesante que la solución que buscaba no protegiese únicamente los oídos de los pacientes; también debía facilitar la comunicación entre estos y el especialista que está operando el escáner de resonancia magnética durante la prueba.
El desafío: desarrollar un transductor que pudiese ser usado en el interior del escáner
Unos auriculares con una buena cancelación del ruido podrían resolver ambas necesidades de un plumazo, pero hay un problema que Cohen no pasó por alto: en las proximidades de los escáneres de resonancia magnética no se deben utilizar elementos metálicos ni generar corrientes eléctricas porque interferirían con la generación de las imágenes que es necesario tomar al paciente.
Resolver este desafío requería aliarse con expertos fuera del ámbito médico, así que Cohen pidió ayuda, entre otras organizaciones, a un fabricante de auriculares de alta fidelidad con sede en Santa Ana, una localidad californiana próxima a Los Ángeles: Audeze.
Cuando explicó lo que tenía en mente a los ingenieros de esta empresa no tardaron en darse cuenta de que necesitaban desarrollar un transductor electrostático diferente a cualquier otro que hubiesen diseñado hasta ese momento con el propósito de que no interfiriese con el funcionamiento de la máquina de resonancia magnética.
Así que se pusieron manos a la obra y buscaron un material que les permitiese prescindir de los elementos metálicos tradicionales y fabricar un diafragma tan fino y ligero que la corriente que requería para llevar a cabo la transformación de la energía eléctrica en energía acústica, que es la función esencial de un altavoz, fuese lo suficientemente reducida para no interferir con el escáner de resonancia magnética.
Después de investigar y sopesar varias opciones, dieron con la solución: pondrían a punto un diafragma finísimo de polímero flanqueado por una estructura de nanotubos de carbono. Estos peculiares auriculares electrostáticos satisfacían los requisitos que habían acordado con Cohen, pero no tardaron en darse cuenta de que ese avanzado transductor de nanotubos de carbono podría encajar muy bien en unos auriculares audiófilos de altas prestaciones. Acababan de nacer los auriculares electrostáticos CRBN (esta poco común denominación se pronuncia ‘carbon’).
Como he mencionado en el primer párrafo de este artículo, esta historia es real. Solo la he novelizado ligeramente para conseguir que su lectura sea más entretenida. No he tenido la ocasión de escuchar estos nuevos auriculares de Audeze (quizá se presente en el futuro), pero ya que hemos llegado hasta aquí y son tan exóticos merece la pena que les echemos un vistazo para intentar intuir qué nos proponen.
Audeze CRBN: su tecnología promete, pero su precio intimida
Antes de seguir adelante os propongo que echemos un vistazo a sus especificaciones. Con frecuencia estos números no reflejan a pies juntillas el rendimiento en condiciones de uso real de unos auriculares, pero es el único recurso que tenemos a nuestro alcance para intuir en cierta medida qué podemos esperar de una solución como esta:
AUDEze crbn |
especificaciones |
---|---|
diseño acústico |
Auriculares electrostáticos push-pull, circumaurales y abiertos |
diafragma |
Lámina ultrafina de nanotubos de carbono |
tamaño del diafragma |
120 x 90 mm |
respuesta en frecuencia |
20 Hz a 40 kHz |
Máximo nivel de presión sonora |
> 120 dB |
distorsión armónica total |
< 0,1% a 90 dB |
cable de conexión |
Conductor de cobre monocristalino de 2,5 mm |
recinto |
Magnesio, acero inoxidable y acetato de polivinilo |
almohadillas |
Piel |
diadema |
Fibra de carbono y piel |
Peso |
300 g |
precio |
4600 euros aprox. |
La teoría nos indica que un diafragma tan fino, ligero y rígido como el de nanotubos de carbono que incorporan estos auriculares debería exhibir un carácter cercano al comportamiento pistónico ideal. Esto significa que debería llevar a cabo el movimiento de excursión que tiene que realizar para inducir en el aire los cambios de presión que nosotros percibimos como sonido sin deformarse y controlando su desplazamiento con mucha precisión.
De ser así (os recuerdo una vez más que nos estamos dejando llevar por la teoría porque aún no he tenido la oportunidad de escucharlos) deberían ser capaces de entregarnos una capacidad dinámica y un nivel de detalle muy altos, así como un extremo grave rotundo. Y también una tasa de distorsión armónica muy baja.
Solo estamos especulando intentando aferrarnos a un criterio técnico, pero hay algo que va más allá de la especulación: su precio estimado se moverá en la órbita de los 4600 euros, una cifra lo suficientemente abultada para colocarlos definitivamente fuera del alcance de la mayor parte de los aficionados a la música. Ya pueden sonar bien.
Más información | Audeze
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La noticia
Estos auriculares tienen un ingrediente muy poco común, nanotubos de carbono, y su historia es incluso más sorprendente que su tecnología
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Juan Carlos López
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