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El vuelo con esquís en su máxima expresión: así es el Ski Flying

Posición aerodinámica, velocidad máxima en torno a los 100 km/h y a surcar los cielos en amplio vuelo. El tiempo se detiene. Un salto de fe. Porque si ya es una auténtica heroicidad lanzarse al vacío apoyado únicamente sobre unos esquís, ¿se imaginan hacerlo en su máximo esplendor? Es lo que representa el Ski Flying, una modalidad que se integra dentro del deporte de los saltos de esquí y que también forma parte de la Copa del Mundo.

Pero, ¿qué es el ‘Vuelo de Esquí’? En esencia, lo mismo que el salto de esquí tradicional. En cuanto a resultados, algo diferente y más espectacular: mayor tiempo de vuelo, saltos muchísimo más largos. Los trampolines, tal como dicta la normativa de la Federación Internacional de Esquí para competiciones oficiales desde 1972, son de 120 (Juegos Olímpicos) y 90 metros de longitud, en función de pruebas individuales o por equipos. Para que una de estas estructuras pueda pertenecer a la modalidad Ski Flying, su punto de cálculo debe superar los 185 metros. Como curiosidad, esta disciplina sólo puede practicarse sobre nieve, por lo que no se celebra durante las competiciones de verano que son con césped.

El origen de este cóctel de temeridad y espectáculo se remonta a 1934, año en el que se construye el primer trampolin K-90 de medidas superiores a la media de aquel entonces en Planica, localidad eslovena que todavía ocupa su lugar en el calendario de la Copa del Mundo. Dos años después de ver la luz, el austriaco Sepp Bradl hizo historia al convertirse en el primer saltador que superó la barrera de los 100 metros con un salto de 101,5. Un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad…

El imperial vuelo de Kraft

Finalizada la Segunda Guerra Mundial da comienzo el auge de la modalidad, por lo que empiezan a construirse más trampolines de Ski Flying por Europa hasta llegar a los cinco actuales que alberga el Viejo Continente: Planica, Vikersund (Noruega), Oberstdorf (Alemania), Bad Mitterndorf (Austria) y Harrachov (República Checa). Los récords se sucedían uno tras otro hasta que en 1994 llegó otro importante hito con el vuelo imperial del finlandés Toni Nieminen, que fue el primer saltador capaz de sobrepasar los 200 metros. También Planica fue el escenario: 203 metros.

Y llegamos a los tiempos actuales, donde todo parece posible. Vikersund, con su imponente Vikersundbakken (nombre que recibe su trampolín), entra en escena. El esloveno Peter Prevc dejó su huella entre los pioneros de este deporte al ser el primer mortal que alcanzaba los 250 metros en 2015. Poco le duró el récord, ya que dos años más tarde, el austriaco Stefan Kraft abrazó lo imposible en la localidad noruega: 253,5 metros.

Un récord del mundo que perdura desde marzo de 2017 y que en los próximos días (17 al 19 de marzo) será puesto a prueba nuevamente con motivo de la antepenúltima parada de la temporada de Copa del Mundo 2022/23. Sobre el papel, no será Kraft quien parta con la vitola de favorito (sólo dos victorias este curso en Copa del Mundo) sobre un territorio noruego engalanado para celebrar la posible victoria del gran dominador del curso: Halvor Egner Granerud.

El de Oslo lidera con autoridad la Copa del Mundo sobre Dawid Kubacki -único capaz de mantenerle mínimamente el pulso a lo largo de la competición– y aspira a dejar encarrilado el Globo de Cristal a falta de las dos últimas pruebas: Lahti (23 al 26 de marzo) y el clásico cierre de Ski Flying en Planica (30 de marzo al 2 de abril). De conseguirlo, Granerud alzaría su segundo título de campeón, tras el de 2021. ¿Caerá el récord de Kraft? Hagan sus apuestas.

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