El paraíso de la Alsacia: pueblos pequeños, bonitos, manjares y viñedos donde perderse
Se mire donde se mire, el viajero que llega a la región de la Alsacia tardará tiempo en poder cerrar la boca y salir de su asombro. Es una colmena de decenas de pueblos marcados por el mismo patrón: casas pequeñas, tejados de madera, verde por todos los lados y una sensación de que te encuentras en el paraíso.
La llegada más cercana en avión es Estrasburgo, ciudad histórica y diplomática -en todos los sentidos- donde las haya y donde comienza el viaje. Dos días completos, quizás menos, sirven para recorrer todos sus rincones, asombrarse con su magnífica Catedral (llegó a ser la más alta del mundo), pasear junto al río, cruzar puentes y, principalmente, callejear hasta poder perderse.
Cerca de Estrasburgo, la carretera va conduciendo a pequeños enclaves merecedores de una parada y un vistazo detenido: Colmar, Obernai, Barr… y así muchísimos más. Es zona de vinos y viñedos de primera categoría y una cata en alguna de sus bodegas en también casi imprescindible. Sus blancos responden a las expectativas.
Cada pisada por Alsacia nos permite rebobinar muchos años atrás y recordar un poco de historia. Es una zona plagada de leyendas, batallas y allí están todos sus castillos para recordárnoslo. Por ejemplo, el majestuoso castillo de Haut-Koenigsbourg, destrozado y reformado a lo largo de muchos siglos hasta su apariencia actual, inconfundible. Un recorrido por sus estancias, magníficamente conservadas y con muchas partes originales, basta para comprobar cómo parte de la historia tuvo lugar allí.
Es la Alsacia una región que respira actividad diaria. Presume de su historia y la sigue escribiendo. El turista se encuentra un cóctel perfecto donde la gastronomía, el deporte, la historia y un espíritu curioso maridan de manera perfecta.