Durante meses temimos que los niños fueran una «bomba de relojería» en la transmisión del COVID: estábamos equivocados
Desde casi el principio, una de grandes incógnitas del virus fueron los niños. Aún hoy lo son. Mires donde mires, da igual el país o el continente, los niños son una llamativa minoría de los pacientes de COVID-19: entre el 0,3 el 5% de los casos. Y esto es raro, sobre todo, si nos fijamos en otras infecciones respiratorias. La gripe, por usar el ejemplo más conocido, hospitaliza anualmente a más niños menores de 2 años que personas mayores de 65 años.
La respuesta de los investigadores, como es natural, fue la de la desconfianza. ¿No sería todo esto producto de pruebas selectivas? Es decir, ¿no estaremos mirando mal? ¿De verdad estábamos dispuestos a creer que los niños no se contagiaban como los adultos? ¿A pesar de todo lo que conllevaba estar equivocados? Y la respuesta fue no. El mundo se preparó para cerrar las escuelas y enviar a 1.500 millones de niños y jóvenes a su casa.
Ahora, con la certeza de que el virus ha venido para quedarse y sin tener muy claro qué hacer con las escuelas, empezamos a tener suficientes trabajos como para poder dar una respuesta a todas estas preguntas. Unas respuestas que son esenciales para que el mundo pueda despertar del estado de criogenización y recupere la actividad. ¿Qué pasa con los niños?
Los niños se contagian menos que los adultos
Como ya viene siendo algo habitual en nuestro conocimiento del coronavirus, todo esto son conclusiones provisionales. Hasta que no tengamos encuestas de seroprevalencia realmente representativas de la población mundial, no podemos asegurar nada con certidumbre total. No obstante, eso no quiere decir que no podamos sumergirnos en la evidencia disponible y darnos cuenta de que hay tendencias muy firmes en torno a todos esos temas. No tenemos una imagen definida, es cierto, pero los contornos se empiezan a ver con bastante nitidez como para saber qué terreno de juego pisamos. Especialmente, en el ámbito de la transmisión.
Para llegar a la conclusión de que los niños se contagian menos que los adultos esto tenemos dos líneas de trabajo. La primera tiene que ver con el estudio de los contactos domésticos para ver cómo se comportan los hogares una vez que el virus entra en ellos. En esta línea, tenemos dos estudios recientes (I y II) que encontraron que los niños tienen la mitad de probabilidades de infectarse que los adultos. También hay un trabajo suizo que cifra ese probabilidad en el 32%.
Son poblaciones muy distintas (israelí, norteamericana y suiza) y han tenido exposiciones distintas a la pandemia. No obstante, la mayoría de estudios se hicieron con PCR y algunos expertos han sugerido que una de las causas del infradiagnóstico en niños es que no ‘almacenaban tanta cantidad viral en la nariz’ y, por tanto, los hisopos no eran un método eficaz para estudios pediátricos. Por suerte, en Países Bajos también hicieron un estudio (aunque, en esta ocasión, eran serologías) con resultados muy parecidos: el 50% menos de probabilidades de contagio.
En resumen, los estudios muestran de forma bastante consistente que los niños se infectan menos fácilmente que los adultos y, como consecuencia lógica, las encuestas sero-epidemiológicas encuentran pocos niños con anticuerpos. Esto queda patente también en uno de los pocos metaanálisis que se han hecho sobre el asunto y que utiliza la segunda línea de trabajo: desbordar el ámbito doméstico. Al escoger es enfoque sus resultados son más conservadores, pero aún así encuentran que el riesgo de infección en niños es un 44% más bajo que en adultos.
¿Son supercontagiadores? ¿Son las escuelas un peligro?
También por ‘contagio’ de la gripe donde son vectores importantísimos, otro tema central en el ámbito de la transmisión es qué papel tienen los niños en el contagio del virus. El motivo es sencillo: aunque se contagien menos, si, como se decía al principio de la pandemia son ‘supercontagiadores’, las escuelas siguen siendo lugares muy problemáticos. Pero no es lo que estamos encontrando.
En este tema la evidencia es más escasa. Sobre todo, porque el cierre masivo de escuelas nos ha impedido estudiar este fenómeno con detalle (y porque los pocos países que no las cerraron no lo han estudiado adecuadamente). Sin embargo, los datos que tenemos hasta ahora parecen apuntar a que también contagian significativamente menos que los adultos. Por ejemplo, el mismo estudio neerlandés del que hablábamos antes trató de encontrar el origen más probable de los infectados y descubrieron que, según los registros nacionales, la mayoría de casos parecían ser de adulto a adulto. Las otras dos opciones (de niños a adultos o de adultos a niños) tenían un impacto mínimo en las transmisiones.
O sea, de entrada, parece que podemos avanzar en el desescalamiento del sistema educativo sin que el riesgo se dispare. Eso sí, la incertidumbre no nos va a durar demasiado: vamos a tener datos dentro de muy poco. Docenas de países están reabriendo (y re-cerrando) sus escuelas en estos momentos tratando de encontrar el equilibrio perfecto que les ayude a reactivar el sistema educativo. El verano en el hemisferio norte juega a nuestro favor, pero si no nos preparamos cualquier conclusión por muy rápida que llegue puede ser tarde.
Imagen | National Cancer Institute
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La noticia
Durante meses temimos que los niños fueran una «bomba de relojería» en la transmisión del COVID: estábamos equivocados
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Xataka
por
Javier Jiménez
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