Dos años de vida y muerte en la UCI covid: «Ya no es un hospital de guerra»
De repente, silencio.
La UCI, ese lugar en el que absolutamente todo pita, se ha quedado en mute. Ya no hay sonido agudo, rítmico, el de las máquinas que libran una lucha a vida o muerte con la covid. Dos años después de aquel tsunami que fue la primera ola, el virus no es el mismo; las UCI tampoco.
La señora del box 24 se coloca las gafas, se atusa un poco el moño y vuelve la vista al móvil. Está despierta, tranquila, relajada. Nada parece indicar que está ingresada donde nadie querría estarlo: la unidad de cuidados intensivos, estancia en la que solo ingresan los pacientes más graves del hospital Ramón y Cajal.
Caminar por esta zona ahora no tiene nada que ver con hacerlo en abril de 2020, cuando este medio entró por primera vez para contar cómo se vivía la pandemia en el lugar más castigado por el virus. Entonces, la escena dolía porque la gravedad de los pacientes se palpaba: todos estaban intubados, boca abajo, en prono; solo uno de ellos era consciente de lo que pasaba. Y las camas ocupaban hasta los quirófanos. Ahora, solo hay cinco pacientes covid en una unidad de 24 camas (en el pico más alto, llegó a haber más de 100). Todos, independientemente de su gravedad, están despiertos. Alguno, incluso, saluda con la mano.
Tras cinco olas al frente de una de las UCI covid, David Pestaña vuelve a sus labores como jefe del servicio de Anestesiología. «El hospital ha cambiado, ya no es un hospital de guerra».
– Hace dos años contaba que era terrible mirar a los pacientes y pensar cuál de ellos iba a morir.
– Sí, sabías que de cada tres pacientes que ingresaban, le tocaba a uno. Era una sensación horrible.
– Ya no la tienen…
– Afortunadamente, no. La primera ola nos vino de sopetón. Solo ingresaban los que estaban peor, boqueando, era una cosa espantosa. En la primera ola prácticamente todos estaban intubados. Ya no.
Con él coincide Raúl de Pablo, jefe de la unidad de cuidados intensivos. «Ahora estamos muchísimo más tranquilos, aunque es verdad que los meses de diciembre y enero fueron malos». Ómicron, esa variante más contagiosa pero menos letal, volvió a presionar las UCI, pero trajo consigo dos cambios.
El primero, la aparición de pacientes con covid y no por covid. «Ya no vienen todos con neumonías bilaterales», detalla Rocío González, supervisora de enfermería, «sino que pueden ser pacientes con pancreatitis que dan positivo en PCR, pero su ingreso no era por eso. El paciente covid es, salvando las distancias, un paciente respiratorio más». El segundo cambio, añade De Pablo, que «la mortalidad ha bajado en estos dos años radicalmente. Ahora tenemos una supervivencia por encima del 90% que antes no teníamos».
– Pero aún hoy muere gente.
– Menos que antes, pero sí, aunque la mayoría en planta.
– ¿Cómo es eso posible?
– En la UCI no ingresamos enfermos terminales. No es un sitio en el que se venga a morir. Otra cosa es que la batalla la acabáramos perdiendo.
Solo el viernes 4 de marzo, cuando se realizó este reportaje, 174 personas murieron en las UCI de toda España a causa de la covid. Tres semanas antes, el 10 de febrero, 393 en un solo día, una cifra alta aunque aún está lejos de los 900 que fallecieron en el pico máximo de la primera ola. «En proporción, porque en esta ola se ha contagiado mucha gente, mata menos que antes, pero mata», asegura Pestaña. La principal diferencia está en la vacuna, que ha cambiado el perfil del paciente. «La mitad, más o menos, o no están vacunados o tienen una vacunación incompleta», detalla De Pablo. «Y casi la otra mitad, tiene patologías previas. Una persona vacunada y sin comorbilidades es muy raro que ingrese».
– ¿Les han llegado a mentir los no vacunados?
– Sí o nos ponen excusas del tipo «nadie me llamó», «cuando fui había mucha cola y me volví…». A veces la gente en vez de decir la verdad se inventa alguna cosa.
Mientras el doctor habla, una enfermera presiona el pecho de un enfermo para ayudarle a respirar. En el box de al lado, el 7, otra compañera se cambia en la exclusa, la breve estancia que aísla la habitación del paciente (cuarto sucio) del resto de la UCI (cuarto limpio). Hasta la forma de trabajar ha evolucionado en este tiempo.
Antes, colocarse el EPI era como un ritual, el momento sagrado en el que los sanitarios se transformaban en ‘astronautas’. Gafas, gorro, pantalla… Cada cosa a su tiempo y siempre ayudados por más compañeros. Ahora, ese ritual ha perdido pasos. Ya no pisan lejía al salir y las gafas ya no se sumergen en cubos con desinfectante. «Lo hemos dejado de hacer porque ya sabemos que el virus no se contagia por contacto», explican las enfermeras Natalia y Elena. El tiempo ha jugado un papel fundamental para saber qué cosas hay que hacer y qué cosas es mejor no.
«Hemos aprendido tratamientos que no se deben poner. El ventilador les hace daño, por ejemplo, hay que hacerlo con mucha protección», añade De Pablo, «y se ha acelerado la movilización precoz de estos pacientes porque es fundamental para acelerar las altas, para disminuir el tiempo de ventilación mecánica…». Para poder lograrlo, se han incorporado más fisioterapeutas y rehabilitadores a estas unidades, para atajar así las secuelas que deja un lugar como este, que no solo han afectado a los pacientes sino también a los profesionales.
«Me agarró la mano y me dijo ‘por favor, no me dejéis morir'»
«Los pacientes que han pasado por aquí tienen estrés postraumático»; añade Pestaña, «y los sanitarios que se han enfrentado a esto tienen sus miedos. Lo que hemos vivido ha dejado heridas, cicatrices emocionales». Aunque el ambiente que se respira en la UCI ahora es completamente diferente, incluso optimista, los recuerdos más duros siguen grabados a fuego entre el personal.
Marta, auxiliar, no puede evitar emocionarse cuando habla de la parte más dolorosa de todas: el recuerdo de los cientos de pacientes que se apagaron. Un día tras otro. Un paciente tras otro.
Ella fue la encargada de intubar al primer positivo de la unidad en plena ola de histeria y desconocimiento. Se sabía que no era una gripe, pero poco más. «Era la señora de la cama 10, lo recuerdo perfectamente. Nos cogió la mano a una enfermera y a mí y nos dijo ‘por favor, no me dejéis morir’». Marta y el resto del equipo cumplieron y aquella mujer, de nombre Elsa, pudo despertar como le habían prometido. Su historia es solo una de entre los muchísimos pacientes que salieron, aunque otros muchos se apagaron. «Ha pasado el tiempo, pero todavía cuesta», continúa Marta entre lágrimas. «Lo hemos pasado mal, pero muy mal».
Tanto para ella como para Rocío, supervisora de enfermería, «llorar en el coche» al terminar el turno se convirtió en rutina. Era el único momento de soledad antes de llegar a casa, donde había que mostrarse fuerte, hacer «de tripas corazón». «Nadie estaba preparado para vivir lo que hemos vivido. Las pesadillas entre el personal fueron habituales», asegura Rocío.
Todos los profesionales que estuvieron en primera línea en aquella época tienen historias aún presentes. Raúl de Pablo, por ejemplo, no olvida a la familia que ingresó por covid a la vez: «Madre e hijo estaban en la UCI y el padre en planta. Había familias enteras y en ese caso no sabías a quién informar». O el paciente que llegó a estar hasta 196 días en la unidad. «Son enfermos con los que hay que tener paciencia, pero al final acaban saliendo».
Borja Hinojal, anestesiólogo, no olvida las llamadas a los familiares: «Recuerdo que tuve que decirle a una mujer que su marido, de 40 años y con dos hijos, iba a fallecer. Fue durísimo». Unos meses después, volvió a hablar con ella durante una encuesta telefónica para ver puntos de mejora, pues Hinojal es también secretario de la comisión de Humanización del hospital, el organismo encargado, entre otras cosas, de incluir tablets en las UCI para que los pacientes no pasaran la enfermedad tan solos. «Con todo lo que vivió, tuvo un gesto amable hacia nosotros. Pensé que era una muy buena persona. Esa sensación nos ha llenado también aunque hayan fallecido muchos. Entendieron que hicimos lo que pudimos, eso nos alivia un poco».
Por situaciones tan duras como esa, tanto él como decenas de compañeros pidieron ayuda psicológica para afrontar el miedo, la impotencia y la frustración. «Murió muchísima gente, fue una locura», rememora. «Al principio intentas superarlo tú solo, pero luego te das cuenta de que no duermes bien, estás intranquilo cuando no debes… Incluso ahora me cuesta recordar esa época porque la mente, por protección, ha intentado borrar esos recuerdos. Entonces pensaba ‘si lo pillamos, podemos acabar ahí perfectamente'».
– ¿Todo eso ha quedado atrás?
– Se ve lejos ya.
– ¿Miedo a una séptima ola?
– Miedo como tal no, ahora estamos mucho mejor. Pero, por favor, que no vuelva a pasar.