Cuidado con la dosis de la medicina
Que la economía no va bien, lo saben todos los españoles. Igual no son capaces de recitar con exactitud el indicador que mide la inflación o la tasa de crecimiento económico, pero que la cosa está negra es un secreto a voces. Otro asunto bien diferente es que sabiendo que hay una crisis a la vuelta de la esquina, hagamos como si no pasase nada. De otro modo es difícil de explicar que el turismo y la hostelería estén batiendo récords o que, según las encuestas, las medidas populistas del Gobierno de Pedro Sánchez contra la banca y las energéticas hayan sido recibidas con alharacas. La psicología del comportamiento económico lo ha llamado ‘efecto Titanic’. Confiamos en que todo siempre saldrá bien, pero en ocasiones, como con el famoso crucero, eso no sucede. El barco se hundió y algunos pasajeros optaron, en lugar de salvarse, por hacer que no pasaba nada y seguir levantando su copa para brindar por la orquesta.
No quiero amargar el verano a nadie, pero la semana pasada el Banco Central Europeo (BCE) anunció la mayor subida de tipos de interés en 22 años, una señal muy clara de que algo muy gordo está sucediendo en nuestro continente. La subida de cincuenta puntos básicos del precio del dinero es una dosis muy alta de la medicina con la que se quiere curar la enfermedad de la inflación que nos ha atacado con mucha fuerza. Las autoridades monetarias suben los tipos para que no gastemos. Suben los tipos para que no pidamos préstamos. Suben los tipos para que las empresas no inviertan. Suben los tipos, en definitiva, para enfriar la economía y con eso lograr parar la escalada de precios que lleva todo el año en el entorno de los dos dígitos.
Es una dosis muy alta de la medicina con la que se quiere curar la inflación
Pero la decisión del BCE no solo hará que las ganas de consumir se retraigan, sino que las hipotecas de los españolitos suban, que los créditos de muchas empresas no sean refinanciados y tengan que cerrar. Al mismo tiempo, nuestro Gobierno que lleva cuatro años montado en el Titanic, con una deuda desbocada que no le preocupaba porque los tipos de interés eran de risa, verá cómo las tornas han cambiado. Ahora ya no será tan barato financiar lo que debemos como Estado y tendremos que pagar cada vez más por enjugar nuestro déficit. Es decir, que el gasto público no podrá dedicarse a hospitales, carreteras o educación sino a pagar intereses, a compensar a los que han financiado estos años en los que el Gobierno ha gastado por encima de nuestras posibilidades, haciendo caso omiso a las autoridades económicas que nos lo venían advirtiendo.
Esto es lo que viene con la decisión de política monetaria tomada en Fráncfort el jueves pasado. Una posología alta de 0,5 del medicamento contra la inflación que ojalá no nos provoque diarrea sino que nos sane. Por si acaso, habrá que hacer caso al prospecto y practicar una vida normal sin excesos.