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Argentina alcanzó la gloria

A Argentina le costó sangre, sudor y lágrimas rubricar su tercera estrella de campeona del mundo. La Albiceleste sumó su tercera corona a las conseguidas en 1978 y 1986. De los Kempes-Menotti, pasando por los Maradona-Valdano-Bilardo al Messi-Di María-Scaloni. Tras muchos años de naufragios y decepciones, Messi pudo consagrarse con el Mundial que le coloca a la altura de los más grandes, si no es un escalón por encima.

Fue el campeonato de Messi, del pundonor de Di María, de los goles oportunistas de Julián Álvarez, del carácter de Enzo Fernández y Mac Allister, de la dirección de Scaloni y de dos héroes inesperados: Montiel y el Dibu Martínez.

Messi agrandó su leyenda con un Mundial sublime, en el que lideró, con goles y con su aura de D10S, a un equipo que se subió a los lomos del 10 con el convencimiento de que era el momento de hacer historia. La final ganada ante una gran Francia (3-3), decidida fatídicamente en la tanda de penaltis, puso la guinda perfecta a un Mundial distinto, pero bello, emocionante y sin un guion establecido. La mejor final jamás vista en un Mundial honró a la mejor Argentina de siempre. La más fiel a su estilo. No fue sencillo. Hubo zozobra, besó la lona varias veces, pero siempre salió a flote con el capitán del barco, Messi, tocado por los dioses. Lo que tienen los campeones, que hasta la suerte les sonríe cuando más lo necesitan. El Mundial honró al equipo que más lo deseó. Y ese fue Argentina.

La Albiceleste fue de menos a más en el torneo. Los fantasmas del pasado aparecieron en el debut ante Arabia Saudí (1-2). Una derrota sorprendente, como necesaria, para espabilar a un grupo que llevaba 36 encuentros sin perder. Un ridículo total que parecía dinamitar las opciones de Argentina de ganar el Mundial. Nada más lejos de la realidad. La Albiceleste remó a contracorriente y en cada encuentro asomaba un nuevo nombre que se quería unir a la hazaña. El segundo partido, ante México, fue un antes y un después. Se mascaba la tensión en cada acción. Argentina jugaba en el filo de la navaja y Messi, con su primer gol salvador, daba tranquilidad a un conjunto que se veía capaz de los más grande, pero que temía volver a caer por el precipicio. De no estar a la altura de darle a Messi su ansiado Mundial.

Héroes. Fueron emergiendo estrellas durante toda la odisea: Enzo Fernández, Mac Allister. Julián Álvarez… Todos flotaban la lámpara para pedir un único deseo: ser campeones del mundo. El varapalo de la final perdida de 2014 era cosa del pasado. Se salvó el escollo trampa de Australia en octavos de final; se rozó la tragicomedia con Países Bajos tras un casi milagro orange con Weghorst, protagonista durante y después del choque. Argentina se sentía imparable tras tumbar a los neerlandeses en los penaltis.

En semifinales, pasó por encima de Croacia como hacen los futuros campeones. Y en la final, zarandeó a Francia hasta que Mbappé sacó su magia. Argentina no podía ganar un Mundial tranquilo. Messi tenía que tocar la gloria… con incertidumbre, pero a lo grande.

La final más grandiosa que se puede recordar de un Mundial vio emerger la figura del Dibu Martínez. Su parada al francés Kolo Muani pasará a la historia viva del campeonato del mundo. Su pierna evitó caer de la manera más cruel y en el último suspiro.

Fue el Mundial que sacó a relucir los juegos del portero en la tanda de penaltis, que tanto dieron que hablar, y que tanto desquiciaron a los lanzadores franceses. Fallaron Tchouameni y Coman. Una ruleta rusa que engrandeció a Gonzalo Montiel. El defensor del Sevilla fue el autor del lanzamiento que hizo campeona a Argentina. Un gol que le reservó un hueco en los cielos. Como a Daniel Bertoni con su gol en el Monumental en 1978 o como a Jorge Burruchaga con su tercera diana en la final de 1986 ante la todopoderosa Alemania Federal.

Scaloni y su tridente. Y en la trastienda de todo este tinglado estuvo la pizarra téctica de Lionel Scaloni. El argentino, casi todavía en su erasmus en los banquillos, creó un ecosistema en el que emergió la mejor versión de Messi. Y lo hizo sin alardes, sin llamar la atención y con una cordura que fue el secreto de su gran triunfo. La mezcla perfecta de juego efectista: talento puro y la pizca de picardía canchera que tan bien manejan los argentinos. Scaloni, junto a su afamado tridente de ayudantes: los exjugadores Roberto Ayala, Walter Samuel y Pablo Aimar, rubricó su nombre en los más alto de la historia de la Albiceleste.

La enfervorecida Argentina firmó la épica en Qatar y la extendió a su mega celebración. Los festejos por las calles de Buenos Aires dejaron imágenes para el recuerdo. Argentina y los argentinos son únicos tanto en la derrota como en la victoria más dulce. Junto al autobús descapotable de la Albiceleste rumbo al Obelisco emergió un hervor de masas exultante que se echó a la calle para honrar un triunfo con el que soñaban, pero no creían. Se rozó la tragedia.

Todo ese cóctel de éxitos y aventuras contribuyen a que la selección de Argentina sea merecedora del Premio AS América del Deporte 2023.

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